Pornografía y prostitución: el relato neoliberal

Mónica, nació en Rumanía, tenía 32 años y era víctima de trata para explotación sexual cuando fue asesinada. Perdón, es incorrecto, no tipificaba como víctima de trata de acuerdo con el art. 177 bis de nuestro Código Penal y, de hecho, se suicidó.

Un relato puede sonar muy diferente del otro. Sin embargo, la realidad es que no sería así si en vez de trata hablásemos de esclavitud sexual. Tampoco veríamos a una prostituta que acabó mal si en vez de suicidio dijésemos que fue la presión, el maltrato, las amenazas, la violencia, la depresión provocada por quienes cada noche le pagaban para violarla y quienes se lucraban con ello lo que la empujó a querer quitarse la vida.

Mónica sufría las amenazas de uno de sus proxenetas, el chulo que en Rumanía le decía que no volvería a ver a su hijo si no le enviaba más dinero, a lo que se le sumaban las deudas acumuladas porque durante la pandemia mermaron los hombres que le pagaban por sexo. Julia, dominicana de 42 años, intentó salvar a Mónica cuando se estaba tirando bajo el tren. Ambas eran mujeres prostituidas, ambas murieron arroyadas por el tren. No hay culpables, ambas habían consentido ser violadas y, para nuestras leyes, esto es suficiente para que no exista delito. Puedes quedarte callada mientras te violan porque estás en shock, o puedes quedarte callada porque necesitas el dinero para sobrevivir, ver la casi inexistente diferencia sería hilar fino, no basta con usar el slogan de “solo sí es sí” porque incluso detrás de un “sí” puede haber un “no puedo elegir”.

Sin embargo, sí hay culpables, aunque invisibles para la sociedad, ya que al único que vemos es al malvado hombre rumano expareja de Mónica. Creemos que la muerte de estas dos mujeres no tienen nada que ver con nosotros, ni con el proxeneta mafioso disfrazado de empresario, dueño del local en el que Mónica era prostituida, ni con los cientos de hombres que usaron su cuerpo deshumanizándola y denigrándola, sin importarles que Mónica era mucho más que órganos sexuales, ni con los políticos que apoyan las leyes desigualitarias y misóginas (muchos de los cuales también son puteros), ni con los políticos a los que no les resulta conveniente enfrentarse al poder de quienes controlan el negocio del sexo, ni contigo, ni conmigo, que cerramos los ojos a la barbarie, mucho menos con los jóvenes que con normalidad consumen pornografía casi desde su infancia.

Poco nos detenemos a pensar en las causas que empujan a las mujeres a migrar y terminar en la prostitución como parte de ese proceso migratorio. Poco nos cuestionarnos el hecho de que un 90% de las prostitutas en España son extranjeras, o que un 96% son niñas y mujeres mientras que casi un 100% de quienes pagan por sexo son hombres.

Sonia Sánchez, sobreviviente de la prostitución, escribió el libro: Ninguna Mujer Nace Para Puta, y su título no puede ser más acertado. Una niña o adolescente que no ha sufrido abusos, protegida por su familia o adecuadamente por el Estado cuando ésta no está presente, con oportunidades para estudiar y tener un trabajo que le permitan vivir dignamente, no se plantea la prostitución para su vida. Un Estado que trabaja por la igualdad entre hombres y mujeres tampoco la permite. La prostitución nos afecta mayoritariamente a las mujeres, a las prostituidas y a todas, porque la prostituta está representada en el imaginario colectivo como mujer. Las mujeres venimos posicionándonos contra la prostitución, y cada vez con más fuerza. Ya en 1840, Flora Tristán escribió en su libro Paseos en Londres: “La prostitución es la más horrorosa de las plagas que produce la desigual repartición de los bienes de este mundo. Esta infamia marchita la especie humana y atenta contra la organización social más que el crimen”.

¿Y los hombres? ¿Qué lugar ocupan en esta reivindicación por el reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres prostituidas y la igualdad entre los sexos? Como mucho un 5% de la asistencia a eventos sobre el tema son hombres, como mucho hay políticos que salen en las fotos de estos eventos, como mucho hay algunas asociaciones abolicionistas con unos pocos miembros. Tampoco las mujeres esperamos que ellos nos liberen. Amancio Ortega no lucha porque suban los sueldos a los trabajadores de Zara. No podemos esperar que la liberación venga de quien se privilegia con la opresión. Sólo es factible cuando surge desde las bases, y las bases, en este caso, la formamos nosotras, en plural y en femenino. Sin embargo, sí invitamos a los hombres a que protagonicen su propia liberación junto a otros hombres y rompan sus cadenas, las que los denigran como seres humanos, las que los hacen vivir como un privilegio esclavizar sexualmente a una mujer. Claro que no todos los hombres son puteros, pero no basta con decir: “Yo no lo soy”. La prostitución es una institución, un negocio global, un tema cultural, político, económico y social, no se limita al ámbito privado de nadie.

Para más inri, algo ha cambiado en las últimas décadas producto de la globalización neoliberal, otros elementos se han sumado a este vil privilegio del que históricamente los hombres han gozado. La prostitución tiene las mismas características que otros negocios del mercado capitalista:

  1. Debe estar el “producto” disponible al menor coste posible, incluso conseguirse en el mercado negro: trata de seres humanos.
  2. Debe haber una oferta competitiva: buena calidad y mayores prestaciones a un buen precio: mujeres jóvenes y variadas, dispuestas incluso a enfermarse gravemente y ser objeto de actos vejatorios por cada vez menos dinero.
  3. Debe existir la versión low-cost para el nicho del mercado con menos recursos económicos: mujeres más mayores, negras y/o ya destruidas física y psíquicamente después de algunos años en la prostitución.
  4. Deben promoverse el individualismo y un consumismo desprovisto de consciencia de los daños que provoca: hipersexualización, pornografía y publicidad para que haya más puteros.
  5. Debe conseguirse la fidelidad del “cliente” enganchándolo al “producto” desde la edad más temprana posible: hipersexualización de la niñez y pornografía.

Sin embargo, existe una diferencia abismal entre la prostitución y otros negocios. En la prostitución y la pornografía el producto con que se negocia es un cuerpo humano: el de una mujer extranjera en situación de vulnerabilidad en el 90% de los casos, que ha sido víctima de violencia y sufrido abusos sexuales y violaciones antes de entrar a la prostitución entre un 55% y un 90% de casos (siendo menor de 16 años en un 87% de éstos), con altas probabilidades de sufrir SIDA, adicción o muerte relacionadas con drogas y alcohol, enfermedades cardiovasculares, embarazos no deseados, abortos, agresiones, vejaciones, desgarros vaginales y anales, además de patologías psíquicas, traumas graves, estrés, ansiedad, depresiones crónicas, fobias, y hasta 40 veces más riesgo de suicidio. Como en el caso de Mónica.

A pesar de todo ello, no hay suficiente condena social de esta barbarie. Por el contrario, hay políticos que defienden los intereses criminales de la “industria” sexual y bajo un falso progresismo trabajan para regularla. También son parte de este negocio las redes sociales y aplicaciones, con algoritmos que estudian nuestra psiquis, nuestros hábitos, nuestros agujeros negros, no para convencernos de que compremos un producto sino para convertirnos en el producto y hacernos a la medida del producto. Basta ver OnlyFans invitándonos a “conseguir dinero a partir de hoy”. Cuánto más temprana sea la hipersexualización de los y las jóvenes, cuánto más normalicemos tener sexo deshumanizado, el sadomasoquismo, la pornografía y la prostitución, más fácil resultará ser prostituida, ser putero y/o verlo como un trabajo.

El negocio del sexo invierte en cultura, educación, socialización y principalmente en los medios. A las mujeres tiene que resultarnos deseable la sumisión y el sometimiento. Al hombre lo educa sexualmente con sus primeros vídeos porno para que lo excite subyugar a la mujer. El porno sirve para sacar el peor “yo” que tiene un hombre dentro, su ser más cruel e inhumano, el que goza vejando y dominando, y prepara a la mujer para que consienta la humillación. El porno no es solo prostitución sino es además su escuela, su medio de normalización y promoción, y la expresión más patética de desigualdad entre los sexos.

Si queremos poner fin a la despreciable práctica de comprar sexo es necesario tener la perspectiva global de cómo funciona esta maquinaria, cuál es la estrategia de venta, qué plan de mercado tiene y cómo va cambiando. De lo contrario, pondremos parches sin ir a la raíz del problema. Acabar con la prostitución no es sólo un bien para las mujeres, sino también para los hombres, los niños y las niñas, para la sociedad y para la evolución de la especie humana.

Corina Fuks