Si hay un hecho indiscutible, por mensurable, en los resultados de las elecciones gallegas y vascas, es el aumento del nacionalismo. Muchos análisis intentan explicar la debacle de Podemos, la caída del PSV en el País Vasco y el PSG en Galicia, el fortalecimiento de Feijoo como representante de ese PP moderado frente al aznarismo de Casado, que se hunde en Euskadi de la mano de Ciudadanos. Muchas derrotas, sí, pero una sola victoria: la de la política basada en los derechos del territorio frente a los derechos de las personas, que gana presencia en esos parlamentos autonómicos.
En Euskadi, la legislatura anterior fue la de la irrupción de Podemos en el parlamento vasco, que ha pasado de once escaños a seis. Blanquear el terrorismo no le ha servido de nada a Iglesias, que ha visto cómo los votantes vascos han preferido la “izquierda” nacionalista de toda la vida, que sube cuatro escaños. En Galicia, el BNG experimenta una subida de nada más y nada menos que trece escaños, barriendo a PSOE y Galicia en común, la marca de Podemos en esa autonomía. El votante gallego se ha decantado por el soberanismo del BNG, y no por el que ofrecía el bloque morado. Las opciones nacionalistas resultan claramente reforzadas, favorecidas por la ley electoral vigente.
Cabe preguntarse cómo es posible que el nacionalismo, en España, sea percibido como una opción de izquierdas, qué pirueta argumental permite a estos partidos aunar los conceptos de nación y solidaridad, qué concepto de autogestión manejan para justificar el egoísmo. Estudiarlo a fondo daría para una tesis doctoral; ahora bien, una de las principales causas de este desastre ideológico la tenemos en la dejación de todos los partidos autodenominados de izquierda, con el PSOE a la cabeza, que han permitido e incluso han fortalecido tal barbaridad, muchas veces con intereses electoralistas y de mantenimiento en el poder. Aunque de esto tampoco se libra el PP, que en Galicia practica un nacionalismo light que le funciona muy bien, a la luz de los resultados.
Si hoy día, cuando muchos politólogos se preguntan si puede hablarse de izquierda y derecha, hay todavía un criterio claro para determinar si una formación pertenece a la primera y no a la segunda, este es el de la defensa de la igualdad. La verdadera izquierda ha luchado, y lucha, por la eliminación del abismo entre enriquecidos y empobrecidos, entre los explotados y los explotadores. ¿Se puede defender esto mismo pretendiendo que vascos, catalanes y gallegos son más iguales que cualquier otro español? ¿Podemos seguir permitiendo, a modo de ejemplo, que el País Vasco no solo no aporte sino que además reciba 344 millones de euros en 2019, siendo una de las comunidades más ricas? Pues según parece a este carro se ha apuntado la izquierda “progresista” de este país.
Hace falta un proyecto común para el conjunto de todos los españoles, de la misma manera que hace falta un proyecto común para todos los europeos, y por supuesto, para todo el mundo. La disgregación conduce a la insolidaridad, y no es de izquierdas.