Por motivos que sólo pueden responder a los intereses concretos de algunos grupos, esta semana nos hemos visto inmersos en una campaña furibunda que pretende la aceptación normal y plena de los vientres de alquiler. Este debate ha sido incluso metido con calzador en el congreso del Partido Popular, convirtiéndolo así en algo prioritario y necesario de forma artificial.
No voy a entrar a analizar el conjunto de intereses personales y empresariales que están detrás de esa campaña lobbistica precisamente porque lo que me aterroriza de todo esto no es el planteamiento agresivo de los que buscan cumplir sus deseos a toda costa -soy capaz de asumir hasta dónde puede llegar el egocentrismo humano- sino la pasividad y falta de reflexión de una gran parte de la sociedad que asiste, como si no fuera con ella, a este avasallamiento intelectual y moral. Como siempre, la falta de moral de algunos puede triunfar por la no implicación de buenas gentes que no terminan de ver, más allá de los argumentos manipuladores, qué es lo que nos jugamos como humanidad en este tipo de cuestiones.
No se cómo hemos llegado a la falta de músculo moral que impide a muchos aceptar que, como poco, una cuestión como el alquiler de vientres humanos para gestar a niños procedentes de material genético diverso tiene unas implicaciones éticas que no se pueden sustanciar en un debate ramplón sobre la libertad individual de unos a cumplir sus deseos y la falsa libertad de otros para comerciar con cualquier cosa.
Es evidente que yo estoy en contra de la explotación reproductiva, pero no estoy hablando ahora de cuál sea la posición que se adopte, sino de la necesidad absoluta de que todos seamos conscientes de que se trata de un debate en el que nos jugamos mucho más que la felicidad de una pareja infértil o de un matrimonio homosexual.
El fin no justifica jamás los medios
Deberían hacer copiar millones de veces este básico aserto moral en esos colegios y universidades en las que ya sólo nos ocupamos de instruir según las necesidades del mercado sin formar ciudadanos críticos capaces de afrontar la complejidad de algunas cuestiones vitales.
El fin no justifica los medios, por lo tanto no debemos debatir, en este caso tampoco, sobre la bondad o no del fin. No debemos debatir sobre si está bien que una pareja homosexual pueda realizarse con la paternidad. No debemos debatir sobre si una pareja infértil a la que otros métodos científicos ya no le sirven será más feliz si obtiene su ansiada criatura del vientre de otra mujer. No. Debemos debatir sobre los medios. El cuestionamiento moral y ético se debe realizar sobre los medios, en este caso sobre la utilización del vientre de las mujeres para gestar hijos de terceras personas mediante la renuncia por contrato a cualquier otro tipo de derecho sobre ellos y con el añadido de anular su posibilidad de cambiar de opinión e incumplir el contrato, siquiera mediante penalización.
Hasta el momento existe un consentimiento común en la sociedad en el hecho de que existen las res extra commercium, es decir, las cosas que quedan fuera del comercio. Esto incluye los órganos humanos, las personas, la sangre, el semen, los óvulos y, por lógica, debería incluir los úteros de las mujeres y las gestaciones de seres humanos.
El debate que quieren soslayar los potentes grupos de presión interesados en una aceptación acrítica de una cuestión de gran calado debería considerar que tal regulación abre la puerta a graves consecuencias jurídicas y que pone en cuestión bases éticas y morales que afectarían a esa y a otras cuestiones que quizá los ciudadanos que asisten pasivamente a este debate no contemplan.
El planteamiento neoliberal que convierte los deseos en libertades individuales que pueden ser satisfechas a cualquier precio es una trampa que nos lleva a la cosificación de los seres humanos, niño y madre gestante, que son objeto de comercio.
Si los deseos individuales mudan en derechos, abrimos la puerta a enormes problemas.
Si la libertad se resume en la elección de una cosa, entramos en un terreno moral en el que todo vale.
No se trata de un tema ideológico sino de concepción de la dignidad del ser humano. Es por ese motivo por el que tanto desde posiciones de izquierda y posiciones feministas como desde la moral católica se llega a la misma conclusión en esta cuestión.
El debate es grave y profundo y, además, no es un debate que constituya una prioridad de la sociedad española como podría serlo el de la eutanasia -también complejo- que es aparcado una y otra vez. Pensemos por qué algunos políticos irreflexivos consideran que esta es una decisión que puede tomarse a la ligera -y eso incluye a Ciudadanos, a un sector del PP y a Errejón y algunos que otros de Podemos- y quién está empujando para abrir una puerta que puede traernos graves perjuicios como sociedad.
Elisa Beni