En Alepo han triunfado los intereses sobre los valores. No es algo nuevo; la política internacional se basa en intereses de los más fuertes. El escenario no es nuevo, sucedió en Camboya, Bosnia-Herzegovina y Ruanda. Sucede en Sudán del Sur cuya guerra civil cumple tres años sobre un mar de petróleo y silencio con cientos de empresas y empresarios buitre revoloteando en busca de negocio.
A veces, los intereses exigen inacción, pretender que se hace ante la muerte y las imágenes de dolor de los civiles: reuniones, comunicados, amenazas, resoluciones. En otras, los intereses lanzan invasiones insensatas basadas en mentiras, como la de Irak en 2003, o derrocan dictaduras a capricho (Libia; no Eritrea ni Arabia Saudí) que terminan por destruir países y generar catástrofes humanitarias, como sucede en el caso de los refugiados.
Entre estos dos extremos, pasividad y acción, fluye una constante: la incompetencia criminal, que no figura como delito entre las escasas competencias de la Corte Penal Internacional con sede en La Haya. Deberíamos medir el acierto o desacierto de las decisiones desde el punto de vista de los civiles, porque los dueños de los intereses nunca pierden. Son las normas de su juego.
Vivimos en un mundo indecente, inmunizado ante el dolor ajeno; no solo en Siria, también en los sin techo de nuestra ciudad, en los miles de personas sin derechos.
Participación decisiva
Ser civil es un problema en las guerras, sobre todo desde el siglo XX, el mas cruento de la historia: más de 900 millones de muertos. En las guerras anteriores, el 90% de los muertos eran militares, dilucidaban sus diferencias en el campo de batalla. Ya no es así, el campo de batalla son las ciudades habitadas. Hoy, la profesión más segura en una guerra es la de soldado. Los porcentajes se han invertido, son los civiles los que mueren en una proporción de nueve a uno.
El régimen de Basar el Asad ha ganado la batalla de Alepo. No son los buenos porque es el responsable de la mayoría de los muertos en los cinco años de guerra civil siria. En esta victoria ha contado con la participación decisiva de la aviación rusa. Después de cinco años de conflicto, solo Vladímir Putin sabe lo que quiere y quién es su aliado más allá de la propaganda. Frente al régimen que ha cometido graves violaciones de los derechos humanos están el ISIS, Al Qaeda y el Ejército del Islam. No son mejores que Asad. En Siria solo quedan hijos de puta armados y una población traumatizada.
La tragedia de Alepo quedará en el debe de Barack Obama, premio Nobel de la Paz en 2009, cuya política exterior en Oriente Próximo ha sido tan desastrosa como la de su predecesor, George W. Bush. En pocas semanas asumirá el cargo Donald Trump. Si atendemos a sus declaraciones y a la propuesta de Rex Tillerson como secretario de Estado, pendiente de que lo confirme el Senado, imprimirá un giro notable a la política exterior de EEUU. En el caso de Siria se alineará con Putin en defensa de Asad. Al menos las cosas empiezan a estar claras. En el caso de Israel, apoyará a la derecha más dura y la política de asentamientos, como indica el perfil de su futuro embajador, David Friedman.
Acuerdo nuclear
Con el presidente sirio están Irán, Irak y Hezbolá, el partido-guerrilla libanés enemigo de Israel. Trump ha criticado el acuerdo nuclear con Irán. El problema es que se trata de un acuerdo internacional que incluye a Rusia (su nuevo aliado en algunas cosas), la Unión Europea y Naciones Unidas.
Trump aterrizará en un mundo complejo lleno de mensajes simples. De momento, el tándem Putin-Asad no ha querido esperar y ha acelerado la toma de Alepo, cuya importancia estratégica es notable porque dificulta la partición del país, que es una de las soluciones que ha estado sobre alguna mesa de negociaciones. Pese a vencer en Alepo queda mucho para acabar la guerra, y mucho más para ganar la paz.
Obama se despide con una congelación de las armas a Arabia Saudí porque acaba de descubrir que con ellas se matan civiles en Yemen. Theresa May, la Dama de Hierro 2.0 del Reino Unido no quiere seguir ese camino. Convendría preguntarle al gobierno español, uno de los más entusiastas vendedores de armas a la zona. Preguntar es una de las esencias del periodismo. Responder, uno de los deberes de un Gobierno elegido en las urnas. ¿Cuántas de las armas y municiones que España vende a Riad acaban en Yemen? No solo es Alepo, es cada muerto sin derecho a una imagen, a un nombre y a un titular que redima una vida de injusticia y soledad.
Ramón Lobo