No es nada nuevo: comida basura, política basura y ahora, libertad basura. Ya nos advirtió Lorde que los poderosos utilizan la política de muy diferente modo porque sus desmedidas ansias de poder no tiene límites y se puede evidenciar en esos jóvenes cocineros políticos que hoy se han concentrado en un bloque para someter los deseos ciudadanos mayoritarios y persistir a toda costa en las cocinas del poder, y utilizan cualquier dosis de cubitos de caldo concentrado en descomposición, y lo envuelven en un lenguaje moderno que abusa de palabras como libertad o transparencia para rebozar lo impresentable.
El resultado es un menú de libertad basura, un producto estrella para el centro de mesa que han diseñado con unos entrantes que denominan alegremente ‘rollitos de libertad’, pero no saben a nada, carecen de olor y son insípidos: solo un adorno. Hoy estamos siendo atacados por los que dominan los medios para engañar a nuestro cerebro y nos regalan de aperitivo esos rollitos de libertad para adulterar nuestro apetito, cuando en realidad no sabemos lo que estamos consumiendo.
La ciudadanía no debe dejarse arrastrar por la demagogia de una pseudolibertad que con tanta habilidad nos sirven ahora para dulcificar un sistema decadente los mismos que crearon el anterior menú plástico que tantos trastornos físicos y mentales ha provocado en nuestro organismo.
Los nuevos menús híbridos que se están cocinando ni son nuevos ni son inocuos. Han incorporado a la carta los alimentos premium, tan cocinados en esas largas comidas de negocios y tan habituales en las últimas décadas junto a otras recetas viejunas, pretendidamente tradicionales, junto a platos de algún joven chef que, cuando ha tenido la oportunidad, ha acreditado que también es delegado de una facción de los poderosos.
Intentan engañarnos con el diseño de un discurso marketiniano, mal aprendido en másteres de relumbrón para crear adicción a su oferta culinaria. Siguen la creencia de que una mentira repetida se trasmuta en verdad, somos lo que hacemos y cuanto más lo repitamos nos convertimos en lo que somos: ya nos lo dijo Aristóteles.
Desde que aparecieron los espacios de pensamiento y reflexión (los think tank), el establishment político-económico, el bloque de los poderosos, ha intensificado la imposición de sus propias ideas y consignas: libertad para que los que tienen más sigan con garantías institucionales para acumular más poder y riqueza.
A esos contribuyentes con rentas más altas les bajan los impuestos para que se sientan más generosos (recordemos la reforma de los tipos marginales máximos en IRPF de Cristóbal Montoro), donen algunas migajas de sus cuantiosos beneficios y se publiciten al mismo tiempo como mecenas. Del mismo modo, abren al mercado los sistemas educativos y sanitarios para que, al consumir esos artificiosos rollitos de libertad, renunciemos a la autenticidad de lo público y dejemos que el sector privado lo invada, alegando que la libertad es poder elegir. No aclaran que solo elige el que puede, y dejan el marginal de lo público para los que tienen poco. Esto es lo que impulsa este capitalismo, que no es nuevo, que rellena la libertad sin derechos e impide que los valores crezcan, que se reduzcan las desigualdades sociales y que la política sea en beneficio de todos.
Como ejemplo, la industria de la manipulación política la estamos reviviendo en la revisión que los tribunales de Justicia están haciendo de la operación Púnica, y se puede comprobar cómo el marketing político ha guiado las estrategias de los muchos que, preocupados por su imagen, pagaron o intentaron pagar con dinero público un lavado de esa imagen contrarrestando con noticias favorables la percepción negativa que había generado sus actuaciones. Y lo más grave de todo es que muchos de los que han estado implicados no están siendo condenados por falta de pruebas. No se ha podido probar, pero sí ha quedado en evidencia que su intención estaba clara, y no son inocentes, son simplemente no sujetos a los rigores del Código Penal, pero su ética e integridad perdió la pátina. ¡Se enfangaron!
Esta reflexión no es un tema baladí, estamos sujetos a un sistema de vigilancia y manipulación, al que llaman ‘libertad’, y cada día aumentamos libremente ese gran monstruo en el que se ha convertido el espacio virtual de plataformas en red, donde la hostilidad se genera con una agresividad sin límites. Ese oscuro mundo poco nos va a ayudar a solucionar y gestionar nuestras crisis. Las crisis de la sociedad, la falta de derechos y las desigualdades las tenemos que gestionar nosotros desde una sociedad que haga frente al poder y a los poderosos, porque el poder tiene muchas herramientas que domina a la perfección, y que además nunca podrán servir para desmantelarlo. Los poderosos son quienes designan a los políticos que, subordinados a ellos, deben asegurar la pervivencia de un sistema basado en la desigualdad social como una nueva forma de esclavizar a la ciudadanía mayoritaria.
Solo hay una herramienta que los poderosos no tienen: el poder ciudadano, esa fuerza de convocatoria que tienen las sociedades con respuestas cuando hartas de la libertad sin sabores ni olores y de la desigualdad consolidada, reaccionan y son capaces de quitar la máscara de los que cocinan los menús insípidos, dejando en evidencia que ocultan un sistema en decadencia. Porque esa libertad insustancial que nos ofrecen está diseñada para que no tenga ‘capacidad de transformación’, prefabricada para ser consumida como un ‘rollito’ rentable del sistema, y que, al igual que las semillas diseñadas por la industria biotecnológica para que sus frutos no tengan capacidad reproductiva, deja de ser un bien natural para convertirse en un producto. Eso mismo ocurre con todos los valores que el sistema comercializa, y por eso tenemos que impedir que la libertad se cocine. La ciudadanía tiene que fortalecer su poder con herramientas colectivas que sean capaces de transformar y de simplificar los problemas para que los derechos humanos puedan crecer. Yo busco esa libertad para que todos seamos más libres.
José Molina
Fuente: La opinión de Murcia