Uno de los errores más habituales en cuestiones económicas (inducido por la literatura mayoritaria) consiste en creer que las grandes empresas son las más avanzadas, las que gestionan mejor, las más productivas, las que se encuentran en la vanguardia de la innovación, las que más empleo crean y las que mejor resuelven los problemas de las personas, de las demás empresas y de la economía general. De ahí a que sus intereses se confundan con los de la sociedad en su conjunto, o a que su marca se identifique con la nacional (Marca España), no hay nada más que un paso
La realidad es otra.
Aunque los defensores del capitalismo achacan sus virtudes a que promueve la competencia y el buen funcionamiento de los mercados, lo cierto es justamente todo lo contrario. La historia de la economía capitalista es la de la lucha de las empresas para acabar con la competencia, aumentando su poder de mercado y concentrando cada vez más el capital.
Los datos no dejan lugar a dudas.
Según informe reciente (aquí), el 65% de las ganancias mundiales antes de impuestos corresponde a las empresas que ganan más de 1.000 millones de dólares. Y el 10% que más gana de ellas, captura el 80 % de todos los beneficios que generan.
En Estados Unidos, cinco bancos controlan el 80% de los activos, cuatro compañías todo el tráfico aéreo, dos grandes empresas el 90% de toda la cerveza que se bebe allí, un solo proveedor el acceso a internet del 75% de los hogares. Y esa concentración no ha parado de crecer: hace 30 años, por ejemplo, el 90% de la industria de los medios de comunicación de Estados Unidos se concentraba en 50 empresas, hoy día en sólo 6; y en los últimos 20 años, 4 grandes bancos han pasado a ocupar el lugar que antes correspondía a 37.
Una investigación publicada en 2011 (aquí) reveló que el 80% del valor de las 43.000 compañías multinacionales más grandes del planeta estaba controlado por 737 accionistas y el 40% por sólo 146. Hoy día, la situación sería peor porque se ha demostrado que en las últimas dos décadas, el 75% de las empresas estadounidenses han aumentado sus niveles de concentración de capital (aquí).
Pues bien, a diferencia de lo que se quiere hacer creer (normalmente por parte de las propias grandes empresas que contratan a economistas, políticos o periodistas y compran medios de comunicación o centros académicos para ello) esta concentración orientada a incrementar el poder de mercado de las empresas no las hace más productivas e innovadoras, sino justamente lo contrario.
Hace unos días se publicó una investigación de Germán Gutiérrez y Thomas Philippon (aquí) que demuestra que en los últimos 60 años las grandes empresas han disminuido en un 40% su contribución al aumento de la productividad en la economía de Estados Unidos y que hoy día su contribución es cero. Tampoco ahora emplean a más trabajadores, a pesar de su mayor tamaño y presencia en el mercado, ni es mayor el porcentaje de sus ventas sobre el PIB.
Esos mismos autores han demostrado que la razón de la cada vez más baja contribución de las grandes empresas a tirar del carro de la economía se debe a que la concentración y el creciente poder de mercado es un desincentivo para la inversión, entre otras cosas, porque ahora obtienen más beneficios que las de hace 60 años simplemente porque pagan muchos menos impuestos.
Ya lo saben. Cuando les pongan como ejemplo a empresas como Amazon, Facebook, Google, Apple… o en España a Telefónica, Repsol, Endesa… y otras de ese tipo, cuando les quieran convencer de que hay que satisfacer sus intereses porque ellas son las que tiran de la productividad y, en general, de todas nuestras economías, no hagan caso. El inmenso poder de esas grandes empresas es directamente proporcional a su ineficiencia. Más vale controlarlas y someterlas que dejarlas hacer porque son ellas las que destruyen la competencia y los mercados y las que traen consigo las crisis y las pérdidas de empleo y bienestar.