El PP afronta estas elecciones generales en la espera de que el reparto de escaños le permita las alianzas necesarias para aspirar al gobierno, en la línea de lo conseguido en Andalucía, donde han conseguido gobernar tras los peores resultados electorales de los últimos años. En el mes de julio, el PP de Pablo Casado presentaba una propuesta en el Congreso de los diputados para conseguir por ley que gobernase la lista más votada. Pablo Casado citaba entonces los gobiernos autonómicos de Castilla La Mancha, Comunidad Valenciana y los municipales de Cádiz o Valladolid como ejemplos de “pactos de perdedores” intentando restar legitimidad a los gobiernos de coalición de PSOE y Podemos en aquellos sitios donde el PP había ganado las elecciones y había sido apartado del poder por estos acuerdos. Igualmente se criticaba a Pedro Sánchez por estar gobernando tras obtener el peor resultado electoral de su historia.
En las elecciones de diciembre en Andalucía el PP obtuvo uno de sus peores resultados electorales. Pero el reparto de escaños y los pactos subsiguientes le permitió acceder al gobierno de la Junta de Andalucía. Inmediatamente acallaron los gritos y aspavientos, y cejaron en intentos de reforma para conseguir que gobierne la lista más votada y ahora defienden con entusiasmo los acuerdos de gobierno entre perdedores.
Esto en la vida real tiene un nombre: oportunismo. El oportunismo de sus dirigentes no puede ser mayor. Y no es de extrañar que este oportunismo provoque una pérdida constante de credibilidad, que podrán intentar camuflar con las medidas que apliquen allá donde gobiernen, pero que es tan evidente, que cada vez necesitan mayor dosis de populismo y sonrisas para taparlo.
Es oportunismo el que Pablo Casado se atribuya como un éxito propio la convocatoria de elecciones generales porque “hemos pillado al gobierno negociando con Torra”, en referencia al famoso episodio del relator, que fue el gobierno del PSOE el que se encargó de trasladarlo a la opinión pública. El intento de apuntarse como propio un tanto, el supuesto descubrimiento de negociaciones entre gobierno de España y de la Generalitat, que también se produjo cuando los presidentes eran Rajoy y Puigdemont.
El clima de confrontación electoral es propio para la batalla dialéctica. Pero cuando la base de la acción y el discurso político es el oportunismo, buena parte de la sociedad se siente tratada como ignorante y se aleja de la política. Cabe preguntarse si no es justo ese el efecto que el PP desea conseguir.