La prostitución es un fenómeno social global que cada vez tiene mayor presencia en nuestro entorno. Hasta hace poco más de tres décadas la sociedad la escondía, porque se consideraba un mal tan necesario como inevitable. También hoy está muy asentado en el imaginario colectivo la imagen de que es ineludible y forma parte de un orden natural de las cosas imposible de erradicar. El aspecto novedoso en este debate es que diversas fuerzas ideológicas, algunas de ellas pertenecientes a ámbitos intelectuales y políticos progresistas y otras vinculadas a la industria del sexo, están proponiendo a la conciencia de nuestra sociedad la idea de que la prostitución es buena en sí misma. Ahora se considera irradicable, como en el pasado, pero, por el contrario, un sector importante de la opinión pública ya no lo considera una enfermedad social. La imagen que se intenta apuntalar es que el problema no es la prostitución, sino los grupos ideológicos que la analizan críticamente, fundamentalmente el feminismo y una parte de la izquierda.
La existencia de la prostitución nos remite a los orígenes del sistema patriarcal. El contrato sexual, columna vertebral de los distintos patriarcados, distribuye a las mujeres en buenas y malas, en públicas y privadas, y destina a unas al matrimonio y a otras a la prostitución. El objetivo de la dominación masculina es controlar la sexualidad femenina para que la sociedad encuentre natural y aceptable el derecho de los varones a acceder al cuerpo de las mujeres. De hecho, la regulación de la prostitución significa considerar un trabajo la satisfacción de los deseos sexuales masculinos. ¿Una sociedad debe considerar trabajo que un grupo cada vez mayor de mujeres, casi todas pobres y migrantes, satisfaga los deseos del 40% de la población masculina española? Ésta es una de las cuestiones principales que sobrevuelan el debate y que el lobby del sexo enmascara con el argumento de la libertad individual.
Sin embargo, la prostitución en el siglo XXI no puede ser analizada atendiendo exclusivamente a su origen patriarcal, porque entonces sería imposible entender el crecimiento gigantesco que ha experimentado en las tres últimas décadas y su conversión en una gran industria. La prostitución hoy crece en la intersección de tres sistemas de poder: el patriarcal, el capitalista neoliberal y el colonial. El dominio masculino nos permite entender su origen y los intereses sobre los que se ha edificado; el actual capitalismo neoliberal hace posible comprender su conversión en un sector económico global; y la variable étnico-racial nos proporciona claves para saber quiénes son las mujeres que componen el mercado prostitucional, por qué vienen de países con economías débiles que Occidente ha definido como inferiores, pero, sobre todo, es muy útil para comprender las relaciones coloniales y de poder entre el Norte y el Sur. Al mismo tiempo, este análisis también facilita la comprensión de los tres tipos fundamentales de violencia de la que son objeto las mujeres en prostitución: la sexual, la económica y la racial/cultural.
En este artículo, sin embargo, me gustaría centrarme en la relevancia que ha tenido el nuevo capitalismo a la hora de articular la prostitución en un negocio global. En efecto, ha pasado de ser un conjunto de pequeños negocios artesanales a una gran industria internacional articulada en tono a la economía ilícita y con impacto económico en el PIB. Es precisamente este hecho el que hace necesario que esta institución sea analizada, tal y como sostiene Sheyla Jeffreys, en el marco de la economía política.
A través de la industria del sexo las economías de algunas partes del mundo se han enganchado a la economía global y han convertido a este sector en una estrategia para el desarrollo. Saskia Sassen explica que las mujeres entran en el macronivel de las estrategias del desarrollo básicamente a través de la industria del sexo y del espectáculo y a través de las remesas de dinero que envían a sus países de origen. La exportación de trabajadoras y las remesas de dinero son herramientas de los gobiernos de países con altos niveles de pobreza para amortiguar el desempleo y la deuda externa. Y ambas estrategias tienen cierto grado de institucionalización de los que dependen cada vez más los gobiernos. En otros términos, sectores de las élites económicas y de los estados alientan la creación de circuitos a través de los cuales son exportadas mujeres para la explotación sexual. Esos circuitos, edificados por traficantes y mafias de la industria del sexo y de otras economías ilícitas, adquieren cierto grado de institucionalización también porque el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional exigen a los países endeudados la creación de una industria del ocio y del espectáculo que haga posible el pago de la deuda.
La transformación de la prostitución en un sector económico internacional está vinculada a los procesos de deslocalización que se han puesto en marcha en el marco de las políticas económicas neoliberales. En efecto, las mujeres son trasladadas de los países con altos niveles de pobreza a los países con más bienestar social para que los varones demandantes con suficientes recursos económicos accedan sexualmente a sus cuerpos. Es una trama empresarial globalmente interconectada en el que las mafias de la economía criminal controlan todo el proceso, desde la captación de adolescentes y mujeres en sus países de origen hasta su inserción en los clubs de alterne de los países de destino. La industria del sexo es una trama empresarial criminal que mercantiliza la sexualidad de mujeres pobres. Y se alimenta de la expulsión de mujeres sin recursos de sus países de origen, de sus entornos, de sus familias, de sus comunidades e incluso de sus propias expectativas de vida. Algún día, y no tardando mucho, la prostitución será contemplada por las generaciones venideras como la esclavitud del siglo XXI.
Abolir la prostitución exige políticas públicas bien diseñadas y bien aplicadas. Los pasos necesarios son desmantelar la industria del sexo, castigar a proxenetas y consumidores y llevar a cabo un plan integral de apoyo a las mujeres que están en prostitución. Sólo estas políticas podrán acaba con esta industria criminal.
Rosa Cobo Bedia
Fuente: Agenda Pública