Ellos, ellas, elles y VOX

Nunca se fueron, siempre estuvieron sentados en el Congreso de los Diputados, pero ya están aquí a cara descubierta. Sin pudor de llamarse fascistas y defender la España franquista que mató a cientos de españoles y ennegreció este país durante 40 largos y oscuros años. Los progres, esa fauna a la que hablar de pobres le parece demodé en uno de los países más desiguales de Europa donde 14 millones de criaturas duermen cada noche en el umbral inhóspito de la pobreza y la exclusión social, se han puesto de los nervios y, claro, ponen el foco en lo malo que son estos fascistas de VOX.

Un discurso de odio que la gente comprará si la izquierda no cambia su rumbo. Será comprado por la misma gente a la que los progres, los perdedores de la globalización, llevan años abandonando, caricaturizando y obviando sus necesidades, mientras han convertido el relato político en un circo de identidades de ellos, ellas, elles, activistes y LGTBQIPRKSTVW+ que compiten entre sí a ver qué grupo tiene la bandera más grande y es más visible en los anuncios de los bancos que desahucian.

El fascismo es el aliado del capitalismo, así ha sido siempre a lo largo de la historia y así está siendo en este momento donde el modelo económico que sufrimos vive de desposeer a la gente sencilla de las pequeñas conquistas sociales alcanzadas tras la Segunda Guerra Mundial. Frente a este capitalismo que produce fascismo, tenemos a un PSOE que lleva años ocultando con mucha diversidad molona las privatizaciones, la venta de España a los grandes poderes financieros y creación de las SICAV donde tributan los progres de postín que no hablan de desigualdad social así los maten. Este mismo verano el PSOE, ante la incapacidad o falta de voluntad de ir a las causas materiales que nos han hecho más pobres y desiguales, nos ha mareado con el Valle de los Caídos mientras el dictador sigue allí. No pasa nada, lo importante es llenar portadas de periódicos y tiempo en los directos de las televisiones.

Este mismo PSOE alimentó una extensa red de organizaciones feministas, LGTB, raciales y de otras temáticas de carácter identitarios con las que se ha ido construyendo un discurso casi monotemático de causas importantes, claro que sí, pero que jamás tienen la desigualdad económica en el frontispicio de sus causas. Muchos medios de comunicación venden reportajes patrocinados a instituciones públicas si hablan de género o de políticas LGTBI, pero nunca financia ninguna administración ningún reportaje que hable de barrios empobrecidos, de esperanza de vida, de mujeres con trabajos de miseria o especiales que cuenten que el 70% de los pobres son mujeres. Se paga el feminismo para ricas, el que habla mucho de techo de cristal, mientras se invisibiliza a las pobres, que son la mayoría de las mujeres, en un suelo de barro que convierte sus vidas en un vía crucis que nunca es trending topic.

Ellos, ellas y elles, activistes todes, han conseguido estirar el chicle de las identidades hasta el límite de lo absurdo, como lo explica a la perfección Daniel Bernabé en su libro ‘La trampa de la diversidad’. Hablan de cuerpos curvys pero no dicen nada de que la obesidad de esas mujeres gordas es síntoma de pobreza; hablan de personas transexuales pero no dicen nada de que estas personas tienen cerrado a cal y canto el mercado laboral y de que sufren un 80% de tasa de desempleo; hablan de gais y lesbianas pero no dicen ni pío de que la gran mayoría de homosexuales no pueden adoptar porque con los exiguos salarios que tienen no son fiables para los psicólogos que evalúan la idoneidad de los padres que solicitan adoptar un hijo.

Hablan de multiculturalismo, de diversidad y de minorías raciales pero ni pío de que la pobreza infantil se dobla en aquellas familias con padres migrantes o de que un ejército de mujeres extranjeras trabajan en una situación casi de explotación en el servicio doméstico, internas o semi-internas, con salarios que de media no sobrepasan los 500 euros. Estos progres, que ahora están alertados de que VOX haya llenado Vistalegre, son los mismos, mismas y mismes que acusan de turismofobia a las camareras de piso que denuncian que cobran dos euros por hora, limpiando habitaciones de hotel en un sector, el turístico, que suma ganancias anuales de dos dígitos.

Estos progres, que ahora dicen que lucharán contra el fascismo, son los que miran de reojo a los barrios obreros, los que llevan años despreciando a los diputados o diputadas sin títulos universitarios y de procedencia social de barrio. Son los progres que se creen que luchar contra la pobreza es pintar un mural de Murillo en un bloque de pisos de un barrio obrero o poner en medio de un descampado un gran edificio para uso cultural mientras al otro lado del barrio los niños no saben qué es comer pescado y fruta en casa.

No es VOX, es la izquierda que ha dejado de aspirar a que lo simbólico y lo material vayan unido en una causa común con capacidad de construir un sujeto mayoritario para derrotar a los fascistas que ahora llegan con un discurso antiélites, dirigido a los perdedores de la globalización que malviven con salarios de 400 euros mientras los progres están pensando si hoy hablan de los cuerpos curvys, del vello púbico, qué palabro inventar para quedar más molones en la charla de activistes o qué letra sumar, para competir contra ella, a la ecuación LGTBQIPRKSTVW, anticolonial, periférico, interseccional, vegano y horizontal.

A VOX no se le combate con retórica antifascista da la izquierda folclórica o con discursos de salón de los progres con ínfulas de Clinton de provincias, sino yendo directamente a atajar el dolor social que tiene a este país en el umbral de la barbarie. Aún estamos a tiempo, ellos, ellas y elles mediante.

Raúl Solis
Fuente: La voz del sur