La crisis de moralidad en la moda rápida

MaquilaCada año, se compran 80.000 millones de prendas de vestir en todo el mundo, una cifra 400% superior a la de hace diez años. No resulta sorprendente que estas ventas conformen un importante mercado financiero. La firma de modaChristian Dior es una de las empresas más grandes del mundo; sus ventas totales del pasado año ascendieron a 41.600 millones de dólares, lo que equivale aproximadamente al PIB de Túnez. La importancia global de la industria de la moda no cesa de aumentar; sin embargo, surge una crisis de moralidad, exacerbada por la presión por reducir los costes y aumentar el margen de beneficios.

El 24 de abril de 2013, el edificio Rana Plaza en Bangladesh se derrumbó quitando la vida a 1.129 personas y dejando 2.500 heridos. El incidente, atribuido a un fallo estructural, se catalogó como el peor ocurrido en una fábrica textil. Las tragedias en esta industria no se limitan a casos aislados y las estructuras que sustentan el consumo y la producción presentan numerosos fallos. La “moda rápida”, el apelativo que recibe la ropa barata que oculta costos sociales y ambientales, adquiere un nuevo significado al descubrir que únicamente en Estados Unidos se tiran 14,3 toneladas de ropa cada año. Los datos son particularmente abrumadores al descubrir que existe una relación entre la presión por producir algodón barato y 250.000 suicidios de granjeros en Camboya, el país del mundo donde el material resulta más barato.

Pese a que el desastre en el Rana Plaza es contemplado ampliamente como un símbolo de una industria sumida en una crisis moral, incluso el vistazo más fugaz a la producción diaria de la moda confirma que esta crisis es estructural. La moda contemporánea está atrapada entre apariencias públicas de perfección asequible en las pasarelas, fotos de Instagram y escaparates, y la realidad incómoda que permite y mantiene viva la ilusión: fábricas clandestinas, tintes tóxicos y explotación.

Ocultos a la vista – Las condiciones en las cadenas de suministro son a menudo oscuras

En el centro del problema de sostenibilidad en el mundo de la moda se encontraba una obstrucción visual. Las marcas, consumidores y agencias reguladoras simplemente no son capaces de rastrear la producción y conocer el origen de los productos. Las cadenas de suministro del sector de la moda están notoriamente descentralizadas y la magnitud de los pedidos solicitados por los grandes distribuidores excede normalmente la capacidad de un único taller. Las fábricas como Rana Plaza tienen la opción de confeccionar alrededor de 180.000 camisas al día al precio de unos 0,20 dólares o arriesgarse a perder contratos y no ser pagadas en absoluto. El resultado es una larga cadena de subcontratistas que son difíciles de rastrear y de atribuirles responsabilidad. Incluso las marcas que invierten en el control de sus cadenas de abastecimiento «obtienen sólo información irregular y poco precisa».

“Nadie debería morir por la moda”

Estudiar los perfiles de las cinco fábricas ubicadas en Rana Plaza y sus 3.639 trabajadores ayuda a comprender mejor las tendencias de la industria. El 80% de los trabajadores eran mujeres jóvenes de entre 18 y 20 años de edad, las cuales trabajaban unas 100 horas a la semana. Los trabajadores principiantes ganaban 12 centavos de dólar la hora y los que contaban con más experiencia alcanzaban los 24 centavos la hora. Estos sueldos son el resultado de un esfuerzo por reducir los costes al trasladar la producción de país en país en busca de la mano de obra más barata y menos regulada. Las mujeres y los inmigrantes son el blanco particular de este ciclo de explotación al ser los más vulnerables de la cadena. Los servicios esenciales como el cuidado de los niños y la asistencia sanitaria son críticos para el bienestar de los trabajadores con bajos ingresos, ya que les ayudan a conseguir una calidad de vida a largo plazo. Como rezaba un letrero colgado por un trabajador de una fábrica textil como protesta por el colapso del edificio de Rana Plaza: “Nadie debería morir por la moda”.

Realizar las elecciones adecuadas

Tras comprobar la escasa información con la que cuentan muchas empresas sobre sus propias cadenas de suministro, no resulta sorprendente que los consumidores no sean particularmente conscientes de la sangre y el sudor derramados para confeccionar sus prendas. Existe poca información a disposición del consumidor en el punto de venta que le permita tomar decisiones alineadas con sus valores. Aunque millones se horrorizaron con el desastre del Rana Plaza, resultaría casi imposible para un consumidor saber si la próxima prenda que comprara provenía de esa fábrica o de alguna muy similar. Incluso cuando hay cierta información disponible, los productos éticos tienen precios elevados que se encuentran fuera del alcance del consumidor medio.

Luchar contra el sistema

Las actuales cadenas de suministro fragmentadas y descentralizadas desincentivan a las empresas a priorizar la sostenibilidad. Los márgenes de beneficio elevados que promete la “moda rápida” han introducido a las empresas en un “sistema de producción rápido” en el que triunfan los costos bajos sobre toda otra consideración. Para crear una industria verdaderamente sostenible se requiere de una oferta y demanda consistente tanto de materiales como de procesos sostenibles.

 

Felicity McLean