Se supone que el objetivo que pretenden los Bancos de Alimentos es cubrir las necesidades puntuales de alimentos de las personas que, por un motivo u otro, se encuentran en una situación de falta tal de recursos que no tienen para lo más básico, que es el alimento.
Pero lejos de ir a menos estas situaciones lamentables, van a más. Más de un 20% de la población en España está por debajo del umbral de la pobreza, según denuncia, entre otros, el informe Foessa de Cáritas. En nuestro país se pasa hambre. Sí, hambre. Hay muchos niños que sólo comen bien una vez al día, gracias a los comedores escolares.
Pero algo se está haciendo mal cuando las recogidas de alimentos, lejos de disminuir, van creciendo cada año. Cada vez hacen falta más voluntarios, más grandes superficies colaboradoras, y más y más kilos donados. La llamada a la sociedad busca conseguir un nuevo récord, superar el del año pasado. Y así siempre, ocultando que detrás de este récord está el otro, el del número de familias en una situación de precariedad absoluta.
Y no estamos hablando de la situación generada por la pandemia, que evidentemente ha agravado el problema de fondo, sino que era una constante ya antes de que nos llegara el maldito virus.
Evidentemente es loable la intención de paliar las necesidades más urgentes de quienes lo pasan mal. Pero eso sólo son parches, y ya hay tantos que apenas se ve el neumático.
Si se quiere dar una respuesta efectiva, duradera, real, hay que ir a las causas de los problemas. Y eso no sólo no lo propician las grandes recogidas de alimentos, más bien lo ocultan.
Las grandes recogidas sirven para mejorar la conciencia de los ciudadanos, sobre todo ante la gran fiesta del hiperconsumismo en que se ha convertido la navidad junto a los blacfraidei de turno. Depositamos un par de paquetes de arroz y uno de galletas, muchas veces por vergüenza de no hacerlo, y en la caja dejamos la solución al problema y nuestro cargo de conciencia.
También sirven estas promociones regaladas para engordar las arcas de los grandes supermercados. Ponen a su disposición decenas de miles de voluntarios que instan a los compradores a colaborar con la tarea. Una fantástica campaña publicitaria que incrementa sus ventas, además de mejorar su imagen -que reflejan en sus informes de Responsabilidad Sosical Empresarial- e incluso les reporta desgravaciones por donaciones a mayores. Redondo.
El resultado de todo ello es que se recogen muchos millones de kilos de alimentos, pero no se mueve ni un ápice la conciencia sobre las causas que provocan estas necesidades. Más bien lo contrario. No están organizadas para hacer pensar, para analizar, para cuestionar la realidad. Ponemos la tirita encima de la hemorragia y ahí se acabó nuestra contribución.
¿Imagina Ud., querido lector, que por cada kilo de producto donado, enviásemos un correo electrónico o un tuit o una queja a nuestro ayuntamiento, a nuestro gobierno, para exigir que cambien las políticas que están fomentando tanta desigualdad, pobreza, paro y hambre?
Por poner un ejemplo, ¿se imagina que ese fin de semana de recogida, le llegan 25 ó 30 millones de mensajes a los políticos de turno? A buen seguro que estaríamos poniendo las bases para detener esta injusta hemorragia social que es el hambre.
¿Nos lo imaginamos? ¿Sí? Pues pasemos a la acción.
Hagamos que las soluciones inmediatas, muchas veces paternalistas y asistencialistas, y estigmatizantes para los usuarios, dejen de ser el centro de la acción.
Planteémonos seriamente exigir un cambio en las políticas, de las que derivan las causas de los problemas, pero que también tienen la posibilidad de ser la solución a los mismos… si hay voluntad.
Pidamos que el Gobierno de España reconozca el derecho a la alimentación dentro de la Constitución española. Ahora que andan enredados en cambiarla por asuntos menores, muy lejanos a la justicia social que dicen proclamar, que éste sea uno de los cambios fundamentales, como ya están haciendo otros países, ¿O no es lo más importante para cualquier sociedad?
También exijamos que ratifique el Acuerdo sobre de los Derechos de los Campesinos de la ONU, en el que nuestro Gobierno, supuestamente internacionalista, se abstuvo, frente a una inmensa mayoría de países que votaron a favor. Si algo hemos aprendido de la pandemia actual es que el sector agrario, y los agricultores y ganaderos, son absolutamente imprescindibles.
Por otra parte pidamos que se promuevan, con carácter de urgencia, leyes de aprovechamiento de los recursos alimentarios y contra el despilfarro. No puede ser que se esté produciendo necesidad de alimentos y a la vez se tiren más de un tercio de los que se producen. Es injusto, inadmisible e inmoral.
Por último, propiciemos nuevos sistemas de acceso a los alimentos, que sean más eficientes (sin necesidad de recogidas, transportes, manipulación, infraestructuras, etc… que consumen una buena parte de los recursos).
Pero sobre todo nuevas formas de reparto de la riqueza que no sean paternalistas y sí más justas. ¿Es razonable tener que verse en la tesitura de ir a pedir para comer? ¿Es lógico basar la alimentación en alimentos que aportan casi exclusivamente calorías, pero escasos nutrientes, que es lo que se aporta mayoritariamente en las donaciones? ¿No sería mejor, más eficiente, más solidario y más sano, garantizar el derecho a la alimentación -en los casos en los que aún no sea posible garantizarlo a través de un empleo y salario dignos-, a través de “tarjetas de prepago” con el que se pudiera comprar lo que realmente se necesitase, cuando y donde fuera necesario, como hace cualquier persona?
En definitiva. Hay mucho que recoger pero mucho más por hacer. Pongámonos en marcha.
Grupo de trabajo por la desaparición del hambre – Partido SAIn