Durante el estado de alarma provocado por la pandemia de la Covid-19 se han visto y oído muchas situaciones insólitas: las calles más concurridas de las grandes capitales del país, vacías; eventos suspendidos; colegios, institutos y universidades cerrados; aeropuertos sin vuelos, empresas sin actividad, la economía paralizada. Y por supuesto, la cifra de muertos, que se estima en 43.000, aproximadamente.
Pero también se han visto y oído otros hechos que, desgraciadamente, no nos resultan tan extraordinarios, porque, como viene siendo habitual, entre los diferentes partidos ha primado la defensa de “lo mío”, sobre todo en aquellos en los que el componente nacionalista es nuclear en su ideario. Desde el primer momento de la declaración del estado de alarma, se hicieron sentir las quejas por tener que asumir una pérdida de competencias, aunque fuese temporal. El ejemplo de más osadía verbal es el de Meritxell Budó, portavoz del gobierno de la Generalitat, que el 20 de abril afirmó que en una Cataluña independiente hubiera habido menos muertos, jaleando de esta manera las declaraciones del presidente Torra cuando dijo en febrero que España no solo roba a los catalanes, sino que también los mata porque no financia más la sanidad en Cataluña. En otro orden de cosas, los despropósitos nacionalistas han llegado hasta la negativa de PNV, ERC y JxCAt ante el uso del castellano en la Comisión General de Comunidades Autónomas el pasado 30 de abril, y como consecuencia se hizo desplazar a siete intérpretes durante el confinamiento, añadiendo al riesgo de contagio el gasto correspondiente, a todas luces innecesario.
Pero más allá de hechos aislados, como no podía esperarse de otra manera, la tónica general en las intervenciones de los partidos nacionalistas ha sido la de mercadear con los apoyos a las prórrogas del estado de alarma. PNV, Bildu, ERC y JxCat han puesto sobre la mesa los intereses de partido, cambiando el respaldo o no a estas prórrogas en función de lo que fueran consiguiendo en sus negociaciones con el Gobierno, más allá de la necesidad de mantener el estado de alarma, como Rufián planteó a Sánchez el pasado 14 de mayo, poniendo como condición del voto afirmativo el retomar la mesa de negociación sobre el proceso independentista. Asimismo, la gestión del Ingreso Mínimo Vital para el País Vasco y Navarra fue el premio al sí del PNV a una de las últimas prórrogas.
Sin embargo, lo que ha demostrado una situación como la que se ha vivido es que debería ser la colaboración el criterio a seguir, y no este chantaje permanente. El desafío de la Covid-19 es global, no entiende de fronteras, por lo que se esperaría una acción coordinada más allá de los límites de cada país. Y si esto es así en el plano internacional, ¿va a serlo menos entre comunidades autónomas? ¿Hubiera sido igual el impacto de la pandemia en Europa si la UE contara con más mecanismos, tanto de prevención común como de solidaridad entre los estados miembros? Países como Holanda, Suecia, y Dinamarca ahora son reacios a las ayudas económicas para paliar la crisis provocada por el coronavirus en los países del sur de Europa. Si esa postura nos parece indiscutiblemente insolidaria, por analogía no lo es menos la de aquellos partidos autonómicos que anteponen los beneficios de su comunidad a los de todo el conjunto del país.
La construcción de una sociedad solidaria pasa por el internacionalismo, y en esa línea no podemos consentir que se recurra constantemente a ciertos «derechos históricos» para mantener privilegios en el trato a algunas autonomías. Por esto mismo, desde el SAIn proponemos modificar la Constitución para acabar con las leyes que legitiman el privilegio de las regiones más enriquecidas, y hacer posible un internacionalismo solidario para enfrentarse a los desafíos que la economía globalizada plantea. Como pasa con el hambre, con la explotación laboral o el paro, la crisis del coronavirus también lo ha hecho evidente, por ello, hagamos que la solidaridad no sea algo insólito promoviendo una cultura política que trascienda las fronteras, todas las fronteras.
Araceli González