«De las ciudades veo las comisarías y los hoteles». La frase de Roberto Saviano (Nápoles, 1979) resume una vida rota por el éxito. La mafia le condenó a muerte por su libro Gomorra y desde entonces sufre un encarcelamiento, sin muros, pero totalmente privado de libertad.
Para Saviano, el precio de recuperar las riendas de su vida sería «dejar de escribir». Y de momento no está dispuesto a pagarlo. Se encuentra en España para presentar La banda de los niños (Anagrama), una novela centrada de nuevo en la Camorra napolitana, aunque esta vez los capos son muy distintos.
Chavales con metralletas recorriendo en sus scooters el centro de Nápoles y disparando a todo lo que se mueve: esto no es ficción. Es la realidad que Saviano moldea para construir un relato demoledor sobre la juventud.
Ni un solo independentista ha dicho: ‘yo quiero alejarme porque así puedo combatir mejor el problema del capital mafioso’. Ni los unionistas han argumentado que con un Gobierno central esto se pueda combatir mejor
Nos recibe en un hotel del centro de Madrid. Cansado, en medio de un maratón de encuentros con los medios. Pese a todo, sonríe a veces y es entonces cuando las sombras se hacen pequeñas, aunque nunca desaparecen.
En su obra ya habíamos visto cómo los menores son utilizados por el entramado de la Camorra. ¿Qué le ha llevado a convertirlos ahora en protagonistas?
La edad de los afiliados y de los jefes ha caído en picado. Esto pasa porque los jefes están en la cárcel o encerrados en sus búnkeres. Los niños han cogido el poder en las calles, no como ‘babygans’, sino como verdaderos jefes mafiosos.
Gestionar una plaza de drogas supone un trabajo organizativo enorme: pagar a la policía, pagar los sueldos, controlar la calidad del producto. Es como si le das la llave de un gran supermercado a un chaval de 15 o 16 años. Y hay otra cosa fundamental, que es la relación con la muerte. Ellos no tienen en cuenta la muerte, ellos quieren morir. Lo dicen continuamente. La muerte no es un riesgo del trabajo, es parte del trabajo.
El capo en el que me he inspirado para escribir el libro en la realidad se llama Sibillo, en el libro es Fiorillo. Él a los 18 años publica un post en Facebook en el que dice «celebrarme mucho porque no voy a llegar a los 21». Y de hecho le mataron con 19 años. Eso no es solo un problema napolitano, está pasando en todo el mundo: vivir rápido, ganar todo muy rápido y morir. Mira lo cerca que está el yihadismo de esto, tiene mucho menos que ver con el islam y mucho más que ver con esta lógica.
De hecho en su libro los chicos muestran admiración hacia el yihadismo.
Son todos católicos y no les importa nada la religión, pero se dejan la barba, se rapan el pelo y gritan ‘Allahu Akbar’ porque cualquier persona que es capaz de matar y aterrorizar para ellos es cojonuda.
¿Qué es lo que hace tan fácil que la ‘paranza’, como se denomina allí a estos chicos, caiga en las redes de la mafia?
El dinero, la posibilidad de poder ganar todo rápido y fácil. Gastar tiempo para lograr algo se ve como una tomadura de pelo, ellos quieren todo y rápido. Si esperas, el futuro no llegará nunca. Pero su primer pensamiento constante es el dinero.
La primera cosa que hacen con el dinero es comprar decenas de zapatillas Air Jordan o gastar todo en champán. Ahorrar para ellos es tirar el dinero, porque no quieren envejecer. Así fascinan al resto de los chavales, que los quieren imitar.
La banda de los niños retrata una generación superficial, preocupada por la ropa de marca, que se mueven por la pura ambición de cosas materiales. Es capitalismo puro y duro.
Totalmente. En este libro, quería mostrar el capitalismo con su rostro más duro, sin ningún tipo de hipocresía.
Sorprende que no provienen de entornos marginales, sino que forman parte de familias ‘normales’.
Sí es así, no vienen de la miseria. Pagan un precio alto por la promesa que les ha hecho la familia cuando nacieron y que no pueden seguir manteniendo. La pequeña burguesía italiana, que cuidaba a los niños con cierto bienestar, llega a un punto en el que colapsa. Ya no pueden seguir dándole el iPhone nuevo, ropa de marca, las vacaciones no son las de antes… Y todo esto te lleva al colapso.
La banda de los niños tiene claras sus referencias culturales: Scarface, Call of Duty, YouPorn y también Gomorra. ¿Qué siente cuando ve que sus personajes Genny Savastano o Ciro di Marzio se han convertido en referentes para los chicos del mundo real?
Es normal porque ellos representan la realidad que viven. Tony Montana le puede gustar a un chaval burgués de Madrid, pero nunca se convertirá en él. Pero en estas realidades, lo ven y quieren ser él. La culpa no es de quien lo ha creado, simplemente cuando miran a Tony Montana se ven reflejados en su realidad. Del mismo modo, cuando se ve a niños disparar en Nápoles y dicen que la culpa la tiene Gomorra, yo digo: «No. Siempre ha sido así, lo que pasa es que ahora te estás dando cuenta porque Gomorra te lo ha hecho ver».
Las series o las películas solo te hacen ver lo que siempre has tenido delante de los ojos. Solo que te das cuenta de esa realidad después de haberlo visto, y crees que la realidad ha sido creada por la película. El hecho de que se corten el pelo igual, se vistan igual que mis personajes, es una manera para que los demás les reconozcan. Si tienen que demostrar a los demás que son personas duras, les basta con cortarse el pelo a lo Genny Savastano. Son atajos.
Aunque ahora la situación de la Camorra está más debilitada, no termina de ser erradicada. ¿Por qué?
Es muy difícil extirparla si las reglas siguen siendo las mismas. Sin la legalización de las drogas blandas, por ejemplo, no se va a ningún lado. Y además ellos siguen siendo la vanguardia de la economía italiana. Distribución alimentaria, distribución de petróleo: tienen el alma del país. Un empresario sano, honesto, siempre tendrá una vida muy dura si quiere mantenerse honesto.
En esas realidades no hay ninguna economía capaz de sustituir a la del narcotráfico. Siempre pongo el mismo ejemplo: si inviertes 1.000 dólares en Apple después de un año obtienes 1.200. Si inviertes 1.000 en cocaína, obtienes 182.000. Eso significa que cuando un chaval comete un crimen en su cabeza el objetivo son 5.000 euros. Que después de un año invirtiendo en coca se han convertido en un millón. Por eso se exponen tanto.
Es difícil cambiarlo, pero encender la luz ya es un comienzo. Eso es importante también ahora, aquí en España.
Usted denuncia que España es un refugio para la Camorra. ¿Cómo está la situación?
No es solo la Camorra, el problema es que España tiene todos los tipos de mafia, es una plataforma de todos los tipos de mafia.
Una cosa que me ha llamado la atención durante todo el debate que se está produciendo sobre la independencia es que ningún catalán ha hecho referencia al hecho de que Cataluña está llena de capital criminal. Ni un solo independentista ha dicho: ‘yo quiero alejarme porque así puedo combatir mejor el problema del capital mafioso’. Ni los unionistas han argumentado que con un Gobierno central esto se pueda combatir mejor.
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En un reciente artículo en L’Expresso denunciaba también el control que las mafias del Este tienen de la Costa Brava. Lanzaba una pregunta: ¿España ignora o lo tolera? ¿Por qué opción se inclina usted?
La mayor parte de España ignora, pero esa ignorancia se está transformando en connivencia.
Uno de los tipos de mafia española que denunció en su momento es el de la banda terrorista ETA.
No sé por qué hubo tanta polémica.
Sobre todo porque el Gobierno [a través del ministro Rubalcaba] lo negó.
Lo ha negado siempre. Es como si fueran terroristas místicos que no se ensucian con las drogas. Pero yo tengo pruebas diferentes: de arrepentidos de la mafia que han contado que venían a San Sebastián a comprar drogas a personas del entorno de ETA a cambio de armas y que la banda terrorista siempre ha vendido drogas. No en las calles directamente, pero sí que las controlaba.
¿Tiene idea de por qué lo negaron?
Tengo una idea muy clara. No puedes negociar con narcotraficantes, puedes negociar con terroristas políticos. Es la misma razón por la que en la negociación con las FARC, que desde siempre llevan la cocaína, no se ha hablado de esto. La mejor protección para un narcotraficante es ser guerrillero, porque es una cuestión política o religiosa, como los talibanes, que gestionan el 90% de la heroína mundial. Pero si tú preguntas quiénes son, te dicen que son soldados del islam, no te contestan que son narcos.
¿Ha pensado escribir un libro sobre España?
Sí, llevo recogiendo material desde hace mucho.
El tema de la corrupción le daría para varios tomos.
Sí, somos países que nos parecemos cada vez más.
¿Tiene España un mayor problema que otros países con la evasión fiscal?
Está en perfecta coherencia con lo que está pasando en resto de Europa. Luego cada Estado tiene su cajita donde guardar su dinero: Francia, Luxemburgo; Alemania, Liechtenstein; España, Andorra; Italia, San Marino; todos, Suiza. Básicamente, Europa ha construido unas islas offshore en su interior.
¿Cómo ha cambiado Roberto Saviano desde que escribió Gomorra?
Ha cambiado todo. He intentado, muchas veces y sin mucho éxito, retomar las riendas de mi vida, con la sensación de que la parte más difícil de vivir no es convivir con la idea de que te puedan matar, sino con todo el odio que se te echa encima todos los días desde Italia. En Italia no se odia el mal, sino a quién cuenta el mal.
Convivir con esto es terrible. La mafia siempre busca tu muerte física y civil. Italia se ha convertido en un país muy malo, se ha vuelto un país envenenado.
A veces pienso en cerrar todo y empezar una vida normal en cualquier en otra parte, pero no puedo hacer esto y seguir siendo escritor. Tengo dos caminos: parar de escribir, dejarlo todo y tomar las riendas de mi vida, o seguir escribiendo y vivir blindado como estoy.
¿Se divide el mundo entre jodedores y jodidos, como dice Nicolas, el Marajá en el libro?
[ríe] Absolutamente sí.
En qué grupo se clasificaría usted.
Jodido.
¿Qué haría si pudiera volver a pasear por Nápoles, libre, sin escolta?
Iría al Castel dell’Ovo, tomaría la primera escalera y me pararía a mirar en la primera terraza, a la izquierda. La última vez que estuve allí fue hace 11 años, pero seguro que sigue igual porque lleva igual siglos. [Ríe]
Fuente: Eldiario.es