Antes de la pandemia pocas personas sabían lo que era el «síndrome de la cabaña», ese que se ha hecho tan popular en conversaciones y medios de comunicación y que han sufrido muchos niños y adultos tras el confinamiento.
Este síndrome no es nuevo, ya se sufría por distintos profesionales, en submarinos, bases petroleras y… ¡trabajo doméstico!
Lo de los submarinos, y las bases petroleras parece obvio, pero lo del trabajo doméstico, para la inmensa mayoría de la gente resultará extraño. Déjenme que les cuente:
En nuestra ciudad, hay cientos de mujeres que trabajan donde viven y viven donde trabajan, son las internas. Mujeres migrantes, que cuidan personas mayores, y lo hacen las 24 horas del día.
Algunas, las «afortunadas» tienen un par de horas libres al día y los fines de semana; otras, que corrieron peor suerte, pueden pasar hasta 5 días trabajando sin un mísero tiempo de descanso.
Algunas, las «afortunadas», cuidan personas que pueden salir a la calle, lo que sirve para respirar aire fresco, pasear, tener una conversación con un vecino o algún compatriota… Otras, que corrieron peor suerte, cuidan personas que no salen de casa, y a ellas tampoco se les permite hacerlo.
Y así, en nuestra ciudad, existen mujeres, que viven su juventud «ENCERRADAS» día tras día, al cuidado de nuestros queridas tías, madres y abuelas.
Mujeres valientes y luchadoras que se sienten enloquecer, se angustian, se desesperan, sufren de taquicardias, insomnio… Y a pesar de que se consumen física, psicológica y emocionalmente, cada vez tienen más miedo de abandonar el lugar donde trabajan.
Su confinamiento hoy continúa, y no precisamente por culpa de la pandemia.
Son personas concretas las que imponen a las trabajadoras internas unas condiciones injustas e inhumanas.
Es un ambiente concreto el que defiende la idea de que los migrantes son personas de segunda, a nuestro servicio.
Es una legislación concreta la que condena a las personas en situación irregular a vivir y trabajar clandestinamente, sin derechos ni libertades, expuestas a todo tipo de explotación.
Necesitamos cambiar leyes, ambientes y corazones. Necesitamos una ciudad libre de mujeres «encerradas».
Nuria Sánchez Díaz de Isla