El popular filósofo neocomunista esloveno Slavoj Zizek llama a la renta básica o ingreso del ciudadano “la única idea económica original, probablemente, de la izquierda en las últimas décadas”.
Brasil fue el primer país, que en el año 2004 aprobó una ley que garantizaba “un incondicional ingreso básico o ingreso ciudadano” para todo ciudadano, o extranjero residente durante cinco o más años en el país. Los legisladores brasileños partían de la memoria de aquella experiencia del siglo XIX, vivida en Canudos (estado de Bahía), inmortalizada por el cineasta Glauber Rocha y el escritor Vargas Llosa. Una “fraternidad igualitaria de comunismo cristiano primitivo”, liderada por Antonio Conselheiro, lector del utopista santo Tomás Moro y seguidor de los socialistas utópicos Fourier y Owen, que terminó en 1897, arrasada por el ejército y con la decapitación del líder.
La renta básica se ha aplicado, parcial o totalmente, con diferentes formas, en varios países europeos y africanos, y recientemente en Ontario (Canadá).
Según los más críticos por “la izquierda”, la experiencia, por muy benéfica que parezca, sigue estando dentro de un sistema capitalista, y la redistribución viene impuesta desde el exterior por el aparato del Estado. Al decir del mismo Zizek, “la idea del ingreso básico es la versión más radical de la justicia distributiva del Estado del bienestar, del intento por hacer que el capitalismo trabaje por el bienestar social”. Y en otro lugar: “Otro sueño más de nadar y guardar la ropa, de obligar-adiestrar a la bestia capitalista para que sirva a la causa de la justicia igualitaria”. Podría incluso pensarse en un sistema de ingreso básico mundial, por el que los países ricos sostuvieran a los pobres de forma regulada, “marginalizando” así, al mismo tiempo, al 80% de la población mundial.
No muy lejos de esta opinión, desde nuestro cercano partido SAIN, apostar por este camino “implica rendirse en la lucha histórica por hacer un sistema económico justo que no provoque pobres en serie (dentro y fuera de nuestras fronteras) y que permita que todos tengan un trabajo digno con el ganarse la vida”.
No es casualidad, dicen, que los poderosos de Sillicon Valley o el Foro de Davos estén planteando ya la conveniencia de la renta básica.
Lo juzgan, además, un subsistema “insolidario”, porque en un mundo globalizado, donde la mayoría pasa hambre, la renta básica es “un privilegio para unos pocos”, pagado con el robo de los Estados del Norte a los Estados del Sur.
A la vez, “indigno”, porque lleva a una sociedad subsidiada por “papá Estado”, ensayando un profundo cambio cultural al desvincular la renta de la contribución al bien común y al despreciar la dignidad que debe aportar el trabajo a toda persona. No puede haber derechos sin deberes.
Y finalmente “inútil”. Porque, aun en caso de ser económicamente viable, cosa que muchos economistas niegan, la experiencia de las actuales rentas mínimas demuestra que éstas no solucionan los problemas de fondo. Los estudios llevados a cabo indican, por otra parte, según los militantes del SAIN, que pueden generar otros problemas nuevos, como el aumento del coste de la vida, la bajada de salarios, la reducción de las actuales prestaciones, mayor cierre de las fronteras…
Que sea “indigno” este subsistema, desde parámetros humanistas idealistas, parece evidente. Que sea “insolidario”, se les hará más oscuro de entender a muchos. Que acabe siendo “inútil”, a los más necesitados y primeros beneficiarios de la renta les sonará a humor negro. Todos los que con tanto esfuerzo y tenacidad han hecho posibles estas prestaciones o dirigen esta nueva política social lo niegan en redondo. Y les parece utilísimo.
Pues en ésas estamos.
Víctor Manuel Arbeloa
Fuente: Diario de Navarra