San Valentín en las elecciones catalanas.

14 de febrero, día de San Valentín.
Día de los enamorados, nos recuerda la publicidad.
Día de elecciones, nos recuerda el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

La iconografía comercial sustituye al santo católico por un Cupido regordete, con alas, que dispara las flechas del amor con los ojos vendados.

La iconografía electoral endiosa a los partidos y sus líderes y donde todo eran pegas a la movilidad para reducir la pandemia, por arte de campaña electoral, todo se convierte en facilidades si de lo que se trata es de acudir al mitin.

Al mitin propio, claro, porque al mitin del ultraderechistaxenófobofascistoideyespañolista es mejor sabotearlo y meterle dos pedradas y que se le quiten las ganas de organizar mítines.

En lo que se reconoce con mayor claridad que el nacionalismo no puede ser de izquierdas es en lo intolerante que es con el discrepante. Ahí muestra su alma totalitaria y su desprecio a la democracia. Poco confían en la fuerza de sus argumentos para convencer. Suelen preferir vencer a convencer.

No sabemos si las jóvenes parejas acudirán a votar agarrados de la mano y mirándose alelados. Pero no sería mala cosa que los catalanes, enamorados o no, jóvenes o viejos, de derechas o de izquierdas, tengan presente que van a votar en el día que se recuerda a uno que fue asesinado por desobedecer al emperador de Roma. ¡Qué mal tolera el poder la desobediencia! ¡Qué difícil para el poderoso aceptar que hay quien no sigue sus mandatos! ¡Cuántas veces al pequeño no le queda otra forma de oponerse al emperador que la de desobedecer! ¡Qué perversa tergiversación de la desobediencia la que han hecho  los movimientos independentistas! Qué difícil ser a la vez emperador y representar el papel de mártir. Cuánto ruido hay que hacer para que no se note el truco.