El 29 de julio de 2000, dos terroristas de ETA disfrazados con bigote y barba entran en la cafetería del frontón Beotibar de Tolosa y le descerrajan dos tiros en la cabeza a Juan Mari Jauregi. Un tercer miembro del Comando Buruntza les espera fuera con el coche en marcha.
Unos años después -con los tres etarras cumpliendo condena-, la viuda tiene una posibilidad desconcertante y tremenda: es la posibilidad de conocerlos en persona. Ellos se lo piden. Y sin dudarlo dice que sí.
Primero se ve con el terrorista Luis Carrasco. Después, con Ibon Etxezarreta. Trata de verse, sin éxito, con el tercer integrante del comando, Patxi Makazaga, que es el que apretó el gatillo. Pero éste se niega a sentarse frente a ella.
La mujer se reúne horas con ellos. De forma individual. En varias ocasiones y en años distintos. En todo ese tiempo, les pregunta cosas como qué hicisteis tras matarlo, cosas como si tuvisteis estómago para comer ese día, cosas como si dormisteis bien. También les dice: «Prefiero ser la viuda de Juan Mari que vuestra madre».
A veces, de forma muy puntual, cuando tienen permiso carcelario, se llega a tomar algo con ellos o coincide en un teatro. Acaba entablando relación con la madre de uno, a la que felicita cada Navidad. Les recomienda libros. Y -en un alarde impar, en un viraje contra natura, lo va a contar ahora por primera vez- trata de encontrarles un trabajo.
– Si no estoy escuchando mal, una mujer a la que dejó viuda ETA está pidiendo trabajo para los asesinos de su marido…
-Sí. Busco trabajo para los que mataron a mi marido… Es que la política penitenciaria consiste en la reinserción. ¿Cómo vas a reinsertar a una persona si no le das un empleo?
-Si estuviese en tu mano, ¿les darías trabajo?
-Sí, claro. Si estuviese en mi mano les daría un trabajo. Juan Mari decía: «A estos hay que reciclarlos; no saben hacer otra cosa que matar».
El muerto es un ex gobernador socialista de Guipúzcoa. La viuda se llama Maixabel Lasa, ex directora de la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco. Una semana después de que ETA hablase de un perdón selectivo en su comunicado, éste es un testimonio de perdón hiperbólico. El que veladamente le concedió esta mujer a las personas que le quitaron lo que más quería.
¿Qué valoración haces del último comunicado de ETA?
Hay palabras que nunca habían dicho, como «perdón» y «dolor causado». Pero lo que me parece terrible es que a estas alturas hablen de pedir perdón sólo a las familias de víctimas colaterales… No a todas. Se supone que sólo piden perdón a los muertos civiles de Hipercor, supongo. O a los trabajadores de Martutene. ¿Y el resto qué somos? ¿Culpables? Eso no es mezquino, es lo siguiente. A las víctimas nos obligan a preguntarnos: ¿cómo me han calificado a mí estos? Hablan de torturas también… ¿Pero es que los secuestros que hacían no son tortura?
¿Cómo fue el asesinato?
Juan Mari había quedado con un amigo en Tolosa. Puso el coche en marcha, me dijo: «Maixabel, te tengo que decir una cosa… He soñado que me matan». Yo le contesté que no iba a pasar. Me estaba secando el pelo y me llamó mi hermana. Me dijo: «No salgas de casa». En cuanto me dijo eso supe lo que pasaba. Cuando llegué a la clínica, él tenía una especie de sonrisa. Muerto. Como diciendo: «Esta pelea la vamos a ganar».
¿Os habían amenazado?
Sí. La noche del 12 al 13 de mayo nos pintaron la casa. «PSOE asesino». Él era consciente de que cada vez entraba gente más joven en ETA y que eso empeoraba todo… Así como hay muchas personas que nunca se preocuparon de las víctimas de ETA hasta que no lo fueron ellas mismas, yo ya llevaba ese recorrido hecho. Recuerdo una vez que mataron a un guardia en Ordicia. Estábamos 20 en la concentración. Hicimos un recorrido por el pueblo. La gente estaba en la ventana, tras el visillo. Era impresionante el silencio.
¿El primer sentimiento cuál fue?
Antes de que asesinaran a Juan Mari solía decirme: «Si me pasa algo, ¿qué haría? ¿Coger una escopeta?». Y no. Porque yo no iba a ser igual que ellos. «Yo estoy en contra de la muerte», me decía. «Y ahora no voy a empezar a estar a favor». Si los que asesinaron a Juan Mari le hubiesen dado una oportunidad para hablar, les habría convencido para que no le matasen.
¿Por qué querías verte con los hombres que le mataron?
No es que yo quisiera verle, él quería verme a mí.
Ya, pero tú aceptaste.
Ya. Accedo por una razón: siempre he defendido la reinserción. Estas personas habían hecho una autocrítica de sus crímenes, habían reconocido el daño y querían mostrar su pesar. Teniendo en cuenta eso, me dije que merecía la pena intentarlo.
¿Lo consultaste con tu hija?
Sí.
¿Qué te dijo?
Que adelante.
El asesinato fue seis días después de las bodas de plata. Las fotos ni se habían revelado. Jauregi, que ya había dejado la política y era un directivo de Aldeasa en Chile, voló hasta España para conmemorar la fecha.
No lo cuenta Maixabel, pero lo más probable es que esos breves y últimos días en el País Vasco Juan Mari se diera un paseo por su monte favorito, el Burnikurutzeta. El mismo monte en el que -ocho años después de la muerte-, apareció destrozado parte del monolito que levantaron en su nombre. El mismo monte en el que -14 años después del asesinato- Ibon Etxzarreta llevó flores junto a la viuda. Uno en el que se leía: «Los que te quisimos, te recordaremos».
¿Cómo valoras el silencio de la izquierda ‘abertzale’?
La izquierda abertzale debería salir a pedir perdón y reconocer que ellos han sido los avales de ETA. Ellos han sido los que han aplaudido todo lo que hacía ETA. Ellos han dado directrices. Cuando la izquierda abertzale contramanifestaba frente a nosotros y gritaba: «ETA, mátalos». ¿Qué le cuesta decir a Otegi que aquello que defendió no tuvo ni ha tenido ningún sentido? Lo único que han conseguido es que en este país haya muchas familias que han sufrido muchísimo.
¿Qué esperas del futuro tras la disolución de ETA?
Sería bueno que la izquierda abertzale bajara de la montaña o de la luna, porque siguen organizando bienvenidas en el espacio público a presos que no han pedido perdón ni han reconocido el daño. También debería haber pasos en el acercamiento de presos.
¿Qué habría dicho Juan Mari si hubiese sabido que su mujer se reunía con los que le mataron?
Él lo habría visto bien. Juan Mari hablaba con todo el mundo.
El paisaje en Legorreta es hermoso. Pero la imagen es otra.
Hubo un día en que uno de aquellos hombres que habían matado a Juan Mari le dijo a la viuda: «Tenías razón en aquello que me dijiste, lo de que es mejor ser la viuda que la madre del asesino». Ella le preguntó: «¿Y eso cómo lo sabes?». Él le contestó muy serio: «Porque yo también habría preferido ser Juan Mari Jauregi antes que Ibon Etxezarreta».
¿Dónde fue el encuentro con Luis?
En Nanclares. Nos llevaron a una sala con una mesa, dos sillas, una jarra de agua y dos vasos. Nos presentaron. Le di la mano. Yo estaba tranquila, a pesar de que me iba a encontrar con una persona que me ha hecho un daño incalificable.
¿Con qué pregunta empezaste?
Lo primero que le pregunté es si sabía quién era Juan Mari. Me dijo que no. Que si sabía que había sido una parte importante en el esclarecimiento de los asesinatos de Lasa y Zabala. Me dijo que no. Que si sabía que había sido militante antifranquista. Me dijo que no… Así todo. Sí me impresionó cómo me insistía en que no veía nada bueno en él, que era una persona mala.
¿Te pidió perdón?
Sí. Con profundidad. Me dijo que sentía mucho todo el daño causado. Yo recuerdo que le dije que no podía decirle que le perdonaba, pero que el simple hecho de estar allí conmigo algo quería decir.
¿Cómo fue el encuentro con Ibon?
Le pregunté muchas cosas. Por ejemplo, lo que hicieron después del atentado. Estos fueron a Villabona, explotaron el coche, Ibon se cogió los perros y se fue al monte. Lo que hizo allí fue pegar un grito para desahogarse.
¿Cuánta gente te ha dicho que tu relación con ellos es una locura?
Entiendo que haya víctimas que digan que esta mujer no está del todo bien o que no comprendan lo que hemos hecho un grupo de víctimas en una quincena de encuentros restaurativos [durante el mandato del socialista Patxi López; sin beneficios penitenciarios para los participantes]. Pero no me siento ni peor ni mejor que nadie por hacer esto. Yo no soy creyente. Para mí el perdón no tiene connotaciones religiosas. Pero que quisieran verme y pedirme perdón significa algo. Yo voy a estar ligada a estas dos personas hasta que me muera, lo sé.
¿Hasta dónde llegas tendiendo puentes?
No lo sé, pero estas personas deberían tener una oferta de trabajo. El Gobierno vasco tiene recursos para ayudar a los presos que han pedido perdón…
¿Tú has intentado buscarles un trabajo a alguno de los terroristas que mataron a tu marido?
Sí, claro. La última vez que estuve con Ibon Etxezarreta se lo dije: «Voy a hacer lo posible». No tuve suerte. Pero ahora que tengo la oportunidad de decirlo por primera vez en un medio de comunicación, lo digo: me parece muy importante que esto se haga. Sólo para estos que han dado el paso.
Llegados a este punto, viéndolo todo desde el final, en esta historia hay cosas que nunca tendrían que haber pasado -la muerte- y otras -ya lo han leído- que sorprende que pasen.
Hay gente que tiene una biografía que funciona como un marcapáginas: el mismo día en que ETA hizo entrega de las armas, nació Aitor, el último nieto de Maixabel Lasa, un niño al que la abuela podrá contarle momentos increíbles.
Cosas que no se creerían en Zamora o en Albacete.
Ni cerrando los ojos.
Veamos.
Es 29 de julio -fecha del aniversario del asesinato- y Maixabel encabeza el homenaje anual a su marido en Legorreta. En este 2014 ha venido Ibon aprovechando un permiso carcelario. Después de una ofrenda floral, hay un acto en el monte Burnikurutzeta. Toca coger los coches. La viuda se ofrece a ir con él. El ex terrorista conduce. De copiloto va un mediador de los encuentros restaurativos. La viuda va detrás.
El paisaje es hermoso en Legorreta.
Pero la imagen es otra.
Como quien amartilla un recuerdo, el que fue pistolero de ETA le dice: «Me estoy acordando del día en que matamos a Juan Mari. Yo iba conduciendo el coche. Ahora también estoy conduciendo el coche y estoy llevando a la viuda».
Pedro Simón
Fuente: El Mundo