Las limpiadoras de hotel son las esclavas españolas del siglo XXI. Entrevista a Lucía

Me llamo Lucía

Nací en Andalucía, tengo 33 años, los mismos que la autonomía andaluza. Yo siempre he querido pintar, siempre desde pequeña he pintado. Ahora no puedo, desde que trabajo en el hotel, me duelen las manos, es muy triste. La primera vez que lo noté me puse a llorar. Yo me he pagado Bellas Artes trabajando de camarera en un bar pero no es lo mismo. Esto es otro rollo. ¿Qué es una camarera de piso? Somos las que limpiamos los hoteles y hacemos las habitaciones: las camas, los baños, y en este caso también las cocinas.

Yo siempre he pintado, siempre me ha salido. Y cuando fui más grande dije: eureka, Bellas Artes. Fue vocacional a saco. La carrera la hice en Granada, cinco años, y luego tres en Barcelona donde estudié restauración de pintura. También tengo un máster en gestión cultural. ¿A qué molo? Dos carreras, máster, veinte mil cursos y mira. La vida.

Llegué aquí, a Mallorca, porque cuando acabé de estudiar me contrataron para restaurar el retablo de una iglesia, estuve dos años y luego curré en otras iglesias. Pero eso se acabó. Me tuve que volver a casa con mi madre: viuda de autónomo con paga de 300 euros. Ahí en el pueblo, en el sur, toda sola, sin amigos. No hacía nada, día tras día, la nada más absoluta. Pero el cuerpo me pedía vivir. Hablé con un amigo que me animó a volver a Mallorca. Me dije, si no encuentro trabajo en un mes, me vuelvo. Y encontrar, encontré. La entrevista fue así:

– ¿Has trabajado antes de camarera de piso?

– Sí.

– ¿Sabes inglés?

– Sí.

– Tienes que llevar un hotel sola los miércoles 12 horas.

– Vale.

No paro ni un minuto

Y aquí estoy. Trabajo seis días por semana, en dos hoteles distintos. En el grande, nueve o diez horas. Y en el pequeño, los miércoles, 12 horas seguidas: estoy sola de camarera de piso, de recepcionista, de camarera del bar, de todo. Entro a las 7 y salgo a las 7. Cuando salgo no puedo ni hablar, ni tenerme en pie, no sé quién soy. Sólo quiero tumbarme, desaparecer.

El pequeño son tres plantas, limpio las habitaciones, 30 en total. ¿Te he dicho que no hay ascensor? Si me llaman en recepción, bajo corriendo, atiendo: que quiero una llave, que quiero una cerveza en no se qué habitación, lo que sea, como estoy sola, voy subiendo y bajando las escaleras corriendo y limpiando y haciendo camas no vaya a ser que llegue un cliente y la habitación no esté hecha. No paro ni un minuto, ni como; no puedo ni fumar. Te estoy hablando de habitaciones grandes, de unos 60 o 70 metros cuadrados, con su balcón o su terraza.

En el hotel grande somos dos, son cincuenta habitaciones con cocina. Vas con un walkie talkie: ves aquí, la habitación tal quiere no sé qué, prepara una cama extra. Porque las movemos nosotras: la cama, el colchón, lo subes, lo montas tú sola. Y en el hotel pequeño igual, pero sin ascensor.
Las cosas que tienes que hacer

He llegado a tardar más de una hora en hacer una habitación porque si son jovencitos y han estado de fiesta, imagínate cómo la dejan. Una vez hasta me encontré la cama doblada en uve, y es de acero. Imagínate. Las habitaciones las dejan destrozadas: las papeleras vacías, todo en el suelo, te pegas. Yo una vez creí que iba a encontrar una muerta en el armario. Pensé: de aquí va a salir algo, va a salir algo raro. No podías ni entrar: comida alrededor, en el suelo, en el techo, en las paredes, sangre en el cuarto de baño, vómitos por las esquinas, se habían cagado en los cajones, habían prendido fuego a los colchones. Las cosas que tienes que hacer.

Además los clientes te tratan como si fueses su criada, o te dicen cosas como que por ser española eres una muerta de hambre, que gracias a Alemania podemos comer, o los tíos, que menos mal que están ellos para venir a follarnos.

 

 

La vida va a elegir por ti

El propietario tiene varios hoteles. Yo pienso que siempre hay gente que mama, y gente sin escrúpulos en el lado opuesto, como mis jefes. Eso es lo normal, por su nacimiento y por su origen, están en «derecho de». Yo por el mío, estoy en otro. Yo soy hija de trabajadores, me han enseñado a ser esclava, me han educado siendo esclava. Si no, probablemente tampoco me hubiese podido sacar las carreras pagándomelas yo, obviamente, porque tenía este concepto de esclavitud: de tragar, de mamar, porque otra persona hubiese abandonado. Es mucho esfuerzo el que he hecho en mi vida. Mis amigos que tienen padres con algo de dinero piensan que se puede elegir. Yo no, yo no me proyecto, la vida cambia en un minuto, eso lo aprendí de muy pequeña, qué más da, para qué te vas a proyectar. Y para qué quieres saber lo que deseas si luego no vas a poder, la vida va a elegir por ti. Yo siempre he sacado muy buenas notas y mi padre siempre me decía: qué quieres que te diga, esto es para ti. No le importaba. Esto es para ti, ¿lo quieres?, ¿no lo quieres?, también es para ti. Haz tu vida. Le daba igual si curraba de camarera o de puta, le daba igual cómo llegara el plato de comida a la mesa.

 

Soy hija de Felipe González

Mi padre murió, tenía un bar, era un currante, socialista. Soy hija de Felipe, nos criaron con el pensamiento de «el hijo del trabajador va a ir a la universidad, va a poder subir de escalón social». Yo he mamado ese concepto de que los de mi generación teníamos ese derecho, que íbamos a poder optar a otro abanico de posibilidades. Cuando murió mi padre me cambió todo un poco. Tampoco es que me ayudara, pero creas que no, tienes eso detrás, que si pasa algo muy grave, por lo menos, no te quedas sin comer. Mi familia es gente trabajadora pero nunca han estado en la miseria, con esa miseria triste que se conoce en Andalucía.

La necesidad aprieta, es por eso que aguantamos. Mis compañeras en el hotel, siempre se han dedicado a esto. La mayor lleva treinta años, para entender lo que eso significa hay que verla, está machacada. Va cojeando, doblada, tiene 50 y pico. La del hotel pequeño lleva encima siempre un bolso de pastillas. Acaban así las mujeres en estos trabajos. La otra es más joven pero ya lleva su faja y su rodillera. Es un trabajo muy duro: la rodillas, la espalda, los pulgares de hacer tanta pinza, todo duele. Un día mi novio me trajo plastelina para que modeláramos y no podía apretar. Me dolía y yo soy artista, mis manos son mi herramienta, cuando coja un pincel para restaurar no sé si voy a poder .

Ya no es sólo el trabajo lo indignante que es, la constante frustración, como te pares a pensarlo: qué coño de vida es ésta. No puedes hacer nada más que trabajar, cuando salgo el día de fiesta lo paso tumbada porque el cuerpo me lo pide, son niveles de cansancio muy extremos. Yo lo comparo al trabajo de campo, cuando yo cogía aceitunas, tengo la misma sensación física de machaque, de que la máquina te dice «no, no tires más, no le estas dando alimento, no duermes, basta». Yo me he puesto mala y trabajé, porque si no, me echan, lo tengo muy claro.
Si vienes de una cuna es complicado salir

No cobro horas extras, cobro mil y poco. Los contratos me los hacen temporales, primero de un mes, luego de tres meses. Me tienen declarada solo media jornada, tampoco me tienen dada de alta en los dos sitios. De hecho si me pillan trabajando en uno de los hoteles tengo que decir que estoy de paso. Alucinante.

Cuando acabe no sé qué haré, si tendré que volverme a mi pueblo o encontraré otro trabajo más mierda si cabe. Más mierda no creo, bueno, siempre hay más mierda.

Cuando estaba trabajando de camarera en el bar, cuando ya tenía todas las carreras y cursos y la gente me preguntaba: ¿pero tú eres camarera? Yo decía: no, soy restauradora. Ahora me preguntan y digo «sí, soy camarera de piso». Si es que no me sirve para nada, por lo tanto no tengo nada. Como se suele decir «es como tener un tío en graná, ni tengo tío ni tengo ná». ¿Que hago con todos los títulos? Hay gente que nunca se va a ver en mi situación, que no tiene esa sensación de que no tengo qué comer y yo tengo ese miedo porque lo he vivido, y eso ya te hace ir con otra actitud en la vida.

Cuando nací me miraron mal. Que no está todo escrito, dicen. ¿No? Pero no tengo otra opción. Ya lo he intentado: he estudiado, he trabajado, me he mezclado, pero parece que como vengas de una cuna, ya no vas a salir de esa cuna, es muy complicado salir tú sola. ¿Tú has visto la última película de El padrino? Cuando dice: «cuando quiero salir, me devuelven». Pues igual me pasa a mí, cuando parece que estás cerca de la vida que debería ser la normal: tener tu piso, tu trabajo, tus amigos. Cuando he estado casi rozando esa situación normal, coño que no, que te vuelvas para atras. Que no me digan que es por la crisis, ni ahora, ni antes ni el futuro, que es mi camino, que tengo 33 años y sé de lo que te estoy hablando.

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