Las lenguas para la comunicación y no para la confrontación

Ha sido noticia reciente la lamentable carta que el “Olentzero” ha enviado a los niños de Leoia, riñéndoles por no escribir en euskera la carta pidiendo regalos navideños. Y llevamos semanas con la polémica (reformas legislativas, sentencias incumplidas y otras nuevas) por el carácter vehicular o no del castellano (español) en la educación como ámbito clave de nuestra sociedad en conflicto con la llamada “inmersión” en otras lenguas cooficiales (también españolas) . ¿Tienen que ser las lenguas instrumento de guerracivilismo en lugar de cauces para la comunicación, el entendimiento y la admiración por las respectivas culturas?

En enero de este año Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat daban una serie de conciertos en los que reivindicaban el último planteamiento de nuestra pregunta anterior. La crónica enlazada de El País señalaba que: “Asombra cómo Serrat puede hacernos sentir que Una canción para la Magdalena merecería ser suya. Y emociona que Sabina reivindique precisamente Paraules d’amor: ‘No soy nada partidario de las fronteras, pero las lenguas me parecen sagradas’.” Incluso medios más catalanistas tenían que recoger este significativo hecho, que va más allá del humor que le atribuyen y que llega al amor mutuo de estos artistas y el amor a sus respectivas lenguas maternas, así como la crítica más o menos velada a los nacionalismos lingüísticos.

Todo nacionalismo, regionalista o centralista, se va a basar en buscar la particularidad (lengua, territorio, tradiciones…) o la uniformidad, inventársela o manipularla (raza, historia, deporte…) o negar a toda costa esas particularidades que en sí no son necesariamente negativas sino que algunas de ellas son reales (lengua, folclore, tradiciones…). Pero, además de buscarlas, los nacionalismos absolutizan su existencia (real o ficticia) o su negación. Al absolutizarlas las convierten en coartada ideológica normalmente para dividir al pueblo en facciones y lanzarlas unas contra otras. Los que buscan su ámbito de poder (regionalista-nacionalista o centralista), no para servir al pueblo sino para servirse de él, siempre han usado esa vieja estrategia del divide y vencerás. Y si el pueblo pica pasará por alto los abusos de los que son de una u otra forma poderosos (pujoles, terroristas, corruptos…) porque en su escala de valores se habrá inoculado el virus del nacionalismo, que por definición y práctica es insolidario, totalitario y deriva fácilmente en violencia, en guerra. Y subordinarán y sacrificarán todo, hasta el hecho de que les roben sus líderes nacionalistas o les justifiquen la violencia inhumana, al mantra, al ídolo del nacionalismo.

Dicho esto, y para no caer en una artificial e injusta equidistancia, en España no hay un problema grave de nacionalismo español excluyente. Cierto que quedan algunos núcleos, mínimos sectores, que realmente serían y son irrelevantes. Son los nacionalismos periféricos independentistas los que han exacerbado la existencia de un cierto nacionalismo español reactivo, no ideológico, sino que responde a las provocaciones e insultos de ciertos partidos que han hiperbolizado y fomentado un victimismo que no tiene fundamento actual alguno. Y tratan de identificar ese “nacionalismo reactivo” con ese nacionalismo carpetovetónico residual. Si los independentistas llaman ladrones, opresores, vagos etc. etc. al resto de España, se pasan por el forro las instituciones, las leyes, las relaciones tejidas durante siglos, es humana, pero en exceso emotiva, esa reacción anti-independentista que no es en absoluto una reacción anti regiones o nacionalidades (por usar el equívoco y equivocado concepto que introdujo la Constitución) y mucho menos contra las personas oriundas de esas zonas, en todo caso contra los planteamientos excluyentes. Menos aún cuando llevamos siglos de convivencia, cuando existen lazos familiares, de amistad, de negocios, culturales entre las distintas regiones de España. Si los independentistas se quejan de opresión y robo, el resto de España cuando menos se cachondea porque, si ha habido, y hay, regiones privilegiadas en España esas han sido principalmente aquellas que han centralizado la emigración del resto de España: País Vasco, Cataluña y Madrid. Y por tanto, esas regiones se han beneficiado y enriquecido por el trabajo de los emigrantes del resto de España y, en no pocas ocasiones, por decisiones políticas (especialmente de tipo económico) obtenidas no por justicia o razón democrática, sino como peaje por las distintas formas de presión que han ejercido los partidos nacionalistas o por la atracción y el potencial económico centrípeto que suponen políticas centralistas tanto a nivel estatal como periférico.

Sí, muchos españoles hemos picado más o menos en estos cebos emocionales. Por un lado, los españoles de las regiones donde hay alguna realidad diferencial; aunque en cuál no la hay, incluso dentro de cada una de ellas, de cada provincia, de cada comarca, de cada ciudad, de cada barrio…. Pero ninguna realidad particular actualmente justificaría, dado el proceso histórico (por eso se empeñan en manipular y falsear la historia) romper esos lazos de siglos y actualmente existentes en nombre de idealizaciones y mitificaciones sin fundamento sólido. Por otro lado, también los españoles de otras regiones que, sorprendidos y enojados por esas actitudes y planteamientos rupturistas y separatistas, a veces hemos caído en su juego y hemos potenciado sin quererlo su estrategia de confrontación llamando a boicots, a ir “a por ellos” etc. etc.

Si queremos una solución humana y duradera debe ir por otro camino. No sólo el legal, que también, y es preciso hacer un breve inciso en esta cuestión. Por mucho que les duela a los independentistas, su estrategia de ruptura (referéndum ilegal por ejemplo) y por supuesto de violencia terrorista (asesinatos, lesiones, secuestros, amenazas, extorsiones, daños…) tiene que tener una respuesta civilizada y proporcional a partir de la aplicación de la ley sin atajos ni excepciones. Una demostración de que el planteamiento independentista es infundado, es que no respetan la ley ni los derechos humanos, porque para los independentistas su violación (cuando la cometen ellos) está justificada y es incuestionable ni moral ni legalmente. Y si en la aplicación de la ley no se les da la razón por los tribunales es que ésta y/o el poder judicial no respetan su absoluto derecho originario que está por encima de todo y que les permite saltarse las leyes y los derechos humanos e incumplir si pueden las sentencias o exigir que no se apliquen. Cuando se les aplica la ley para ellos no es ley, para ellos es política, y en nombre de la supuesta política claman por que no se aplique la ley. En cambio, cuando en ocasiones (y las ha habido) se les da la razón lo esgrimen con deleite y como refuerzo de sus posiciones. Eso, claro está, no es jugar limpio.

No, el camino va más por donde apuntaban Serrat y Sabina. No idolatrar, ni construir fronteras sino puentes. Frente a la irracionalidad del independentismo oponer la humanidad y la razonabilidad de la interdependencia en un mundo que globaliza todo. Amar las lenguas, las culturas, las músicas, los bailes, las gastronomías, los paisajes, y en todos ellos, amar a las gentes, mezclarse, fundirse, “mestizarse”, como viene ocurriendo desde hace decenas de siglos. En definitiva, al menos, respetar y conocer estas realidades. Y respetar también la identidad bilingüe de muchos de los territorios de España, y no empeñarse en renunciar al patrimonio común de una lengua universal, ni sentirla como opresión sino como propia (qué decir por ejemplo de la incuestionable aportación de los vascos del medievo, junto a los cántabros a la formación del castellano), ni marginar a los que tienen el español castellano por lengua materna, tampoco en los territorios donde existen otras lenguas maternas para parte (mayor o menor) de su población, ni menos aún para los que tienen dos lenguas maternas, una de ellas por parte de padre. Realmente, en España, incluso los habitantes de territorios con lenguas cooficiales cuyos padres fueran oriundos de esos territorios deberían ver qué tienen dos lenguas maternas, la exclusiva de ese territorio y la común al territorio nacional. ¿Por qué tendrían que renunciar a esa herencia aunque en algún momento del pasado hubiera habido confrontación y exclusión por parte de algún nacionalismo centralista? ¿La respuesta racional es hacer lo mismo desde un nacionalismo periférico?

Jorge Lara