Las cuchillas la valla se las pondría al ministro de interior en la puerta de su casa


190-A
“No más muertes en las fronteras” gritó frente al Consulado español en Tánger Monseñor Agrelo, que se ha convertido en la conciencia de España, de Europa.
Una Europa que ha decidido militarizar sus fronteras para controlar a su antojo la entrada de la nueva “subclase de hombres”. Esto implica miles de muertos al año en las aguas del Mediterráneo, en el desierto o en los bosques de Ceuta, Melilla, Oujda, en la frontera con Argelia.

El pueblo en tránsito, como él denomina a los inmigrantes subsaharianos, que se ha unido al pueblo pobre marroquí “Son huéspedes de las enfermedades de piel, pulmonares, piojos… lo reservado a gente que vive en los bosques, aunque algunos poderes públicos digan que viven en campamentos”.
A esta imagen colabora la prensa española con el diario el País, periódico con el cual la periodista Helena Maleno se ha negado a colaborar.
Este nuevo genocidio al que acudimos impasibles en nuestras fronteras exteriores se produce en un proceso lógico de indiferencia ante la injusticia.
Los trabajadores inmigrantes y los parados y explotados españoles tenemos un enemigo común.
“Si los pobres no son nuestros señores, lo normal es que sean nuestras víctimas: ayer fue justificada la Soah; hoy es ignorada y consentida el hambre, demonizadas las migraciones, esclavizados los indefensos, enaltecida la muerte, legitimada como ejercicio de libertad la prostitución”.

Hoy, más que nunca, es necesario el internacionalismo solidario y autogestionario.