Europa en el siglo XIX colonizó el continente africano; las élites lo justificaban como una labor civilizatoria. El nacionalismo imperialista, una de las ideologías más mortíferas en la historia de las ideas y de las realidades políticas, encontraba una humillante justificación a su explotación.
Hoy, la Unión Europea sigue fiel a ese postulado político. Pero ahora la unidad se atisba en ver quién es más insolidario. El continente europeo pone fronteras a los empobrecidos, pero no se las pone a las mercancías ni a los capitales que vienen del continente africano. Europa dice que no puede acoger a los migrantes, pero sí puede robar todo el coltán que produce África.
El Aquarius ha puesto de manifiesto la profundidad de la insolidaridad europea.
Incluso un informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha reconocido que la frontera europea del Mar Mediterráneo es “sin dudas la más mortal de todo el mundo.” Y los europeos, cínicos sin parangón, no dejamos de poner en solfa la política migratoria de Donald Trump y de los EE.UU., cuando la nuestra es más mortífera.
El informe establece que al menos 33.761 migrantes han fallecido o desaparecido en el Mediterráneo entre los años 2000 y 2017 (al 30 de junio). El Profesor Philippe Fargues del Instituto de la Universidad Europea, autor del informe, destaca que tal cifra está por debajo de la escala real de esta tragedia humana, contando, además, que el número de muertes de migrantes comenzó a descender en 2017 en parte debido a la cooperación entre la Unión Europea y Turquía y ahora Libia, destinada a contener los flujos de migrantes.
El Aquarius ha mostrado los límites y posiblemente el final de esta estrategia de contención. Y los medios de comunicación, tan solícitos con quienes les pagan, se han puesto manos a la obra para conseguir mantener la percepción negativa sobre los migrantes que, recuérdese, son la mayor fuente de riqueza para los países que los acogen en unos pocos casos, y los que los explotan en la mayoría de las ocasiones.
En el SAIn defendemos el derecho a emigrar y el derecho a no tener que emigrar. Mientras robemos al continente africano, estamos imponiendo la obligación de emigrar con el fin de obtener mano de obra barata. Si no hay fronteras para las cosas, tampoco debiera haberlas para las personas.