EL CODIGO CIVIL: ¡NI PAN, NI ROSAS!

Marcelo Chatarra.

En los primeros días tras su llegada a las ciudades españolas, nuestros hermanos africanos se quedan sorprendidos por la ausencia de funerales y entierros. En sus ciudades, por las calles es habitual el ir y venir de las marchas fúnebres. La muerte está presente a diario.

Nuestra amiga tiene una hija gravemente enferma en África. Hace ya tres meses y no saben qué le ocurre. Desde que dejo de andar, por fin la ingresaron. Su madre ha intentado traerla a Europa, a España, pero las leyes europeas, españolas, de los españoles europ
eos niegan los visados a los enfermos africanos.

Su madre trabaja en la economía domestica europea, sin horarios, a lo que manden los señores, cuidando a sus dos hijos. Muchas veces, en sus días de descanso, nuestra amiga se ha quedado trabajando cuando sus planes eran otros. Los señoritos la necesitaban, claro, y como se portan tan bien con ella, como cuando le adelantaron salario para enviar dinero a su hermano que se moría por no tener la inyección de la diabetes, nuestra amiga está `pa lo que manden´.

Vive en una habitación desde hace años, sin ver a sus hijos desde hace años. Creo que 5 años sin verles. No tiene dinero para viajar y trabaja todas las horas que sus amos quieren. Qué duda cabe que ellos ya hacen `lo que pueden´. Seguramente más, ya que gracias a ellos, su hermano vivió, gracias a ellos, ella puede trabajar, ella tiene los permisos, los papeles.

¿Qué culpa tienen ellos, nosotros, que las leyes no dejen entrar a su hija? ¿Qué culpa tienen ellos que la economía domestica sea como una esclavitud? Es la ley del mercado, la oferta y la demanda. Un intercambio en toda regla. Ellos ya no pueden hacer más. Bastante que hacen. Ojalá todos hicieran como ellos. Si cada uno apadrinase un negro… ¡qué bien marcharía el mundo!

Son leyes, perfectamente interiori-zadas, descansando en la paz de nuestra conciencia. Más allá de la ley está el vacio, la soledad, el rechazo social, la humillación, la miseria social.

Nuestra alienación es la ley. Ya lo dijo el presidente del gobierno, `para ser libres hay que ser esclavos de la Ley´. Nuestro bienestar está protegido por la ley. Nuestro bienestar es esclavo de la ley. Lo sabemos, lo respetamos, no podemos cambiarlas. Nos ajustamos a ellas.

Las leyes del capital son la conciencia del capital, la garantía de nuestras seguridades, la conciencia de nuestro bienestar.

Nuestra amiga, que no ve funerales por nuestras calles, que no ve a sus hijos desde hace años, piensa que las leyes van a matar a su hija. Nuestra amiga no acusa, sufre. Nuestra amiga, ama. Nuestra amiga sirve. Nuestra amiga es esclava de nuestras leyes.

Los propósitos colectivos como la abolición de estas leyes asesinas, han desaparecido de todos los discursos políticos desde que en los años 60 la socialdemocracia se transformara en otro apóstol del individualismo. Los propósitos colectivos han desaparecido de nuestras conciencias.

Hemos olvidado que la solidaridad en un colectivo comienza por el más pequeño, en el más débil. Y si la ley no protege al débil, el colectivo debe protegerlo; pero si el colectivo se somete a la ley, a la ley del poderoso, el colectivo entero se somete a la conciencia del poderoso. Esclavo de la ley, como dijo Mariano.

Nos hemos convertido en esclavos de la ley del capital, de su individualismo. La ley es la cárcel de los que vivimos bien. Este es el verdadero Código Civil. Lo llevamos dentro: es el imperio de la ley.

La muerte pasa delante de nuestras narices y no la vemos.

Nuestra amiga nos mira y calla.

¡Ni pan, ni rosas!