Unas líneas para comentar un par de aspectos de largo plazo de la decisión británica de abandonar la Unión Europea como unión política.
El primero: Es obvio que Gran Bretaña abandonará la Unión Europea pero no el mercado común. No puede permitírselo, ni Europa va tampoco a asumir ese coste porque la economía británica es grande (dos veces y media la española). Se acordarán tratados de libre comercio entre Europa y el Reino Unido, de manera que el daño a la integración económica sea el menor posible. Contra los sentimientos nacionalistas que han alentado el voto por el ‘Brexit’, lo que habrá entre Gran Bretaña y el Continente será precisamente la “Europa de los mercaderes”. Con las turbulencias de corto y mediano plazo que vayan a ocurrir, podemos estar seguros de que la integración británica en Europa sobrevivirá precisamente en su parte económica, en concreto la economía de los capitales y de las mercancías. Veremos si queda algo de la libre movilidad de las personas.
El segundo comentario: Pero precisamente el Reino Unido estaba poco y mal integrado en Europa desde el punto de vista político. Sin firmar Schengen ni entrar en el euro, ni aceptar las reglas financieras para la City, con excepciones a esto y lo otro… su influencia en las grandes decisiones era ya pequeña. Alemania se pone de acuerdo con Francia, y eso se hace. Gran Bretaña, del mismo tamaño económico que Francia, contaba poco. La cumbre de febrero de la Unión Europea había empeorado mucho las cosas, haciendo unas concesiones al Gobierno inglés (para que el ‘Brexit’ no ocurriera), que erosionaban fuertemente a Europa como Unión social, reduciendo la igualdad de derechos sociales de los ciudadanos europeos frente a cualquier Estado nacional. En ese sentido, el ‘Brexit’ supone el fracaso de esa erosión de la ciudadanía europea, lo que no es una mala noticia.
Y la conclusión: Si no queremos una “Europa de los mercaderes” debemos movernos hacia una verdadera Unión política, hacia la “Europa de los ciudadanos europeos“, que implica reglas efectivas iguales para todos sin distinción de nacionalidad, no solo en lo económico, sino también en lo social y lo político. No hay otra manera de embridar a los mercados y ponerles dirección para el bien común de nuestras sociedades. El Reino Unido lleva décadas saboteando esa idea. Como resultado del ‘Brexit’, la capacidad británica de gobierno de los mercados no aumenta sino disminuye. La Unión Europea es lo bastante grande para intentarlo; la Gran Bretaña, no. Y si no existe un instrumento político de la envergadura necesaria, da igual cuánta retórica, cuántas banderas nacionales, cuántos sentimientos patrióticos se ondeen: los mercados mandan. Si tenemos el instrumento político de tamaño suficiente, podemos discutir cómo utilizarlo; si no lo hay, toda discusión es vana: se trata solo de sobrevivir en los mercados globales.
La dirección está por tanto clara: hay que moverse más deprisa hacia una unión política efectiva. Si un país no la quiere y piensa obstaculizarla sistemáticamente, mejor que no esté en la mesa donde se toman las decisiones.
Autor: Raúl González Fabre