Queridos amigos, hermanos en el Señor.
Antonio está con el Padre. Casi cinco meses desde que le descubrieron el cáncer de pulmón. Un hombre que no tenía prácticamente historial médico se fue en menos de cinco meses.
Nuestra vida cambió. Estuvimos más juntos que nunca, pues aunque llevaba 16 años jubilado yo pasaba mucho tiempo fuera de casa y en estos meses no me separé de él salvo un fin de semana que me fui a Madrid.
Él no perdió la esperanza; luchó contra el dolor que padeció durante 22 días; aguantando mucho.
Al encontrarse en un estado muy debilitado no pudo recibir más que un par de sesiones de quimio. Y la enfermedad avanzó a gran velocidad.
Procuramos no perder la capacidad de valorar las cosas buenas que esta situación nos ofreció: una doctora de cabecera sensible, cariñosa, eficaz… Compañero de habitación en el hospital, con cáncer y un trasplante, que cuando Antonio se cayó de la cama fue el primero en estar a su lado para levantarlo. Familiares y amigos del ramo sanitario que estuvieron permanentemente pendientes de que tuviera la mejor atención posible. Vecinos que le visitaron; que el día que falleció nos trajeron café, galletas, la comida… Amigos que compartieron con él la partida de cartas que jugaban cuando jóvenes. Familiares que llevaban años sin hablarse y que supieron pasar por alto las diferencias y llamarlo, visitarlo… Las nietas que se colaron en el hospital y vinieron a contarles cosas del colegio, a darle la mano cariñosamente…
La Navidad en el hospital… Visita desde otras ciudades.
Sacerdotes que vinieron para estar con él, para poder celebrar en familia y en familia de familias, los sacramentos: Eucaristía, el Perdón, Unción de Enfermos… ¡Otra gracia del Señor!
Los hijos pendientes de él, dándoles todo el cariño del mundo, los cuidados, viajes de miles de kilómetros, dejar el trabajo…, hacerle regalos pensados, bien pensados para su bienestar…
Innumerables muestras de cariño, interesándose por él, por mí, a través del teléfono, internet, SMS, whatsApp… ¡Y qué decir de otras tantas que quedaron en el anonimato y no por ello menos valiosas! Cuántos hechos de amor, desde el silencio, de forma callada, que han dado sus frutos en nuestro proceso. Antonio me decía emocionado: «Yo no lo merezco». Un día me habló de hermanos que ya no están en el MCC y su deseo de que continuaran. Os ganasteis su corazón hasta el punto de que deseaba que todos nuestros hijos formaran parte de esa gran familia de familias. Esos amigos que se tomaban unos chupitos en Torremocha…
También amaba a las dos asociaciones y ofrecía sus oraciones y enfermedad por las Asambleas del SAIn, del MCC…, no podrá dar su voto pero sí ha dejado su firma de apoyo.
Todos, salvo yo en algunas ocasiones, cultivaron la paciencia cuando por efectos de la medicación él perdía los nervios, se irritaba… Nunca le dieron una respuesta fuera de tono…, amor, amor, tuvo mucho amor a su lado.
Un día consiguieron los médicos sedarlo, que no pasara dolor alguno, esa noche fue la mejor también y por la mañana continuaba el efecto de la medicación. Eso nos permitió poderlo levantar de cama y sentarlo en su sofá. Quince minutos después Antonio entró en parada cardíaca y murió.
Estuvo en casa hasta el funeral. Gracias a Dios a Chusa le dio tiempo de estar con él antes del entierro. Vinieron las nietas mayores, rezaron, Cristina le cantó una carta que le había escrito en nombre de las dos. Y antes de salir de la habitación en un gesto rápido y espontáneo Teresa besó sus dedos y depositó su beso en la mejilla al abuelo Antonio.
También estuvieron en el funeral y el entierro. Sus padres han sabido enseñarles que la muerte no es para tenerle miedo, que forma parte de nuestra vida y que es importante acompañar a los que ya han pasado por ella. Enhorabuena.
Cuando íbamos al funeral me temblaba el cuerpo, el corazón palpitaba rápido y con fuerza… «Dios mío, dame fuerza», rezaba yo. Y me la dio. A medida que la celebración avanzaba se iba apoderando de mí una serenidad que sólo Él puede dar. Puedo decir, sin vergüenza ni remordimiento, que llegué a sentir alegría! La iglesia llena de amigos, familia. Creyentes y no creyentes. Todos habían recibido de Antonio algo que hizo que estuvieran allí.
Serenidad que me dio el tener tiempo compartido con él, la actitud de sus hijos durante todo el proceso, las muchísimas oraciones incluso de niños, y el saberle en presencia del Padre amoroso, de los que allí lo iban a recibir… ¿Cómo no iba a estar serena y alegre?
Gracias a todos porque lo hicisteis posible.
Descansa en paz.
No tengo miedo a morir.
Amigos, nos encontramos en la lucha.