La pregunta original del referéndum escocés era: “¿Debería Escocia ser un país independiente?”. Pero es que la pregunta estaba mal formulada en términos de país e independencia. Primero, porque en el siglo XXI la idea de país como unidad política, económica está totalmente desdibujada por la interdependencia creciente a todos los niveles.
El estado nación tuvo su momento y tiene su declive inevitable e inexorable. Pero hay otro plano que es el del protagonismo político y que no va necesariamente unido a esa interdependencia. De hecho, vemos como cada vez se dan concentraciones de poder político y económico en menos manos, que ponen lógicamente en cuestión la “calidad” de nuestras democracias (donde las hay al menos formalmente).
Analizando el caso escocés se constata que entre los partidarios del sí a la independencia pesaba más el poco influjo de los ciudadanos escoceses a la hora de las decisiones que tomaba el parlamento británico que cuestiones puramente nacionalistas. Les importaba más la gestión y control de los servicios sociales, impuestos, energía etc. Es decir, realmente no es que se quisiera independencia sino autogestión. Por eso, aunque ha ganado el no, Escocia ha ganado más competencias, más poder de decisión. Aunque tener más competencias no es sinónimo de por sí de mayor autogestión.
La autogestión no es independencia, sino que es poder decidir en aquello que te afecta y en aquello en lo que en cada nivel se tiene capacidad de dar respuesta. Porque la autogestión se configura también por el principio de subsidiariedad, que se puede explicar gráficamente como que sobre una familia no se imponga un ayuntamiento si la familia puede decidir y resolver sus cuestiones. Ni un gobierno regional sobre un ayuntamiento, ni un gobierno nacional, europeo o mundial sobre los niveles inferiores. Pero en positivo, es evidente que para muchas materias, una familia necesita a otras familias, un ayuntamiento necesita a otros ayuntamientos, una región necesita a otras regiones, un país a otros países. Necesitamos la solidaridad de nuestros semejantes, y las instituciones necesitan la solidaridad de otras instituciones, y crean instituciones de ámbito superior para ello.
Subsidiariedad y solidaridad son ejes sobre los que se articula la verdadera autogestión. Sólo se puede decidir con justicia si se respeta la subsidiariedad y si se decide en solidaridad con aquellos a los que afecta esa decisión.
En los planteamientos independentistas nacionalistas como los que vemos en España no es en absoluto claro que partan de estos ejes. Quieren negar la interdependencia histórica, social, económica, cultural y política que liga a los territorios de España, y quieren romper la solidaridad, acusando al resto de España de colonialismo e imposición. Precisamente, las regiones más beneficiadas por históricas decisiones políticas y económicas que no respetaron ni la subsidiariedad ni la solidaridad con el resto de regiones. Se habla de derecho a decidir como marco legitimador, pero en realidad se ignora el marco superior que es el deber de solidaridad. No se tiene derecho a decidir si se incumple con la solidaridad. Y eso no es negar que se pueda y deba crecer en mayor protagonismo político, o en respetar la cultura y las tradiciones (que ya están muy entrelazadas por el proceso histórico), pero sin absolutizarlas ni mitificarlas.
Los nacionalistas siempre han pedido para sus gobiernos autonómicos lo que vienen negando a sus diputaciones y ayuntamientos. Y éstos a sus barrios, a sus ciudadanos. Parten de un planteamiento excluyente, porque niegan que un oriundo de sus tierras pueda tener un posicionamiento político que no sea el nacionalista. Es decir, tienden a que la ideología nacionalista sea totalitaria.
Por tanto, es claro que Escocia debería ser autogestionaria. Escocia y cualquier realidad política. Por eso, si hemos de preguntarnos algo, preguntémonos si queremos que Escocia, Cataluña, Barcelona, Hospitalet, Hernani, Valladolid, nuestro barrio, España, Europa, el mundo… sean autogestionarios, porque eso, ineludiblemente, nos debería llevar también a preguntarnos no si somos independientes unos de otros, sino si somos solidarios unos con otros.
Diego Velicia