ARTUR MAS: CATALUÑA Y EL AUTOGOBIERNO

Uno de los argumentos en contra de los movimientos nacionalistas es considerarlos contrarios a las tendencias globales de internacionalización de la economía y la política. Sin embargo, este es uno de los errores en los que ha caído la pseudo-izquierda catalana, ICV-EUiA y CUP a la cabeza, para apuntarse al “proceso soberanista”.

Es indiscutible que el marco Estado-nación, vigente desde el s. XIX y durante todo el siglo XX, está hoy en crisis frente al capitalismo transnacional que impone su ley. Por ello, muchos politólogos y sociólogos ven en los nacionalismos una respuesta de reacción frente a la disolución de las identidades y a la pérdida de capacidad decisoria de los propios estados, en favor de los intereses económicos de las grandes corporaciones, que a través de organizaciones supranacionales, consiguen establecer y preservar las reglas del juego. Pero esto puede revelarse como una pura apariencia.
En este sentido, las últimas palabras del presidente autonómico Artur Mas apunta hacia el hecho de que la aparición de nuevas fronteras puede ser más que conveniente para la libertad de movimientos del capital. En su carta dirigida a los presidentes europeos, hecha pública el pasado 2 de enero, manifiesta abiertamente que está dispuesto a ofrecer “más incentivos y mejores regulaciones a las empresas extranjeras» para que inviertan en su territorio.

Y es que en el fondo, lo contradictorio, en la era de la globalización, quizás no sea el nacionalismo. El cuarteamiento de los estados en unidades más pequeñas sólo puede favorecer la ampliación del abanico de posibilidades para las compañías transnacionales, a diferencia de lo que supondría contar con un marco amplio y sólido de regulación en materia laboral y fiscal. Si en un estado concreto la cuestión se pone difícil –desde el punto de vista del capital- en relación con los salarios o con la fiscalidad, siempre se puede trasladar la inversión a otro que esté dispuesto a doblegarse a las exigencias de la economía imperialista.

Definitivamente no. La respuesta a la globalización no es el nacionalismo. La fuerza contraria al proceso de globalización económica es una sociedad fuerte que encuentre, en el terreno político y legislativo, la garantía de sus derechos fundamentales, y no un gobierno lacayo al servicio de los poderosos. Es una traición en toda regla enarbolar el “derecho a decidir” de los ciudadanos para luego venderlos al mejor postor. ¿Cuándo se caerá la venda de los ojos?