El prestigio moral del sindicalismo en España y en el resto de los países occidentales prácticamente se ha extinguido. Los escándalos y la corrupción han hecho mucho en ese sentido: qué decir de los EREs falsos, de los cursos de formación inexistentes, de los despidos internos… Y no lo justifica que las asociaciones de empresarios hayan hecho lo mismo.
El sindicalismo primigenio se caracterizó mayoritariamente por su inquebrantable honradez, por tener una postura moral ante la vida; eso, decían, era ser de izquierdas, frente a la degradación moral de los capitalistas que no dudaban en explotar a obreros, mujeres, niños…
Pero también han minado ese prestigio moral la concertación y el abandono del ideal de cambiar radicalmente la marcha de la economía, la política, la sociedad, la cultura.
¿No será esa la causa de la baja afiliación? Para luchar por uno mismo, ¿para qué asociarse? Este sindicalismo mordió la manzana que le ofrecía la sociedad del bienestar y asumió la mentalidad y el planteamiento burgués que había combatido en sus orígenes.
No todos los sindicatos son iguales, ni todos los sindicalistas. Todavía podemos encontrar ejemplos de honradez y entrega. Sobre todo si ampliamos la mirada y nos fijamos en el sindicalismo luchador de otras zonas del globo.
Ahí encontramos que el espíritu del 1º de mayo sigue vivo y sigue dispuesto a dar la vida: por la dignidad del trabajo, por la justicia social, por los derechos humanos. Y el dar la vida no es una frase hecha.
Miles de sindicalistas con vergüenza siguen muriendo porque tienen en su mente, en su corazón y en sus manos el deseo profundo de transformar un mundo salvaje en humano. Esa humanidad que se pierde cuando nos dejamos encadenar con los grilletes de oro del neocapitalismo, o cuando se encadena a nuestros hermanos de los países empobrecidos con los grilletes de hierro del capitalismo de siempre.