
Vamos a ver qué relación hay entre todos los elementos del título de este artículo.El salario mínimo interprofesional (SMI) es la cuantía retributiva mínima que fijan los gobiernos que debe recibir un trabajador que realice la jornada legal de trabajo. En España en 2015 ese salario mínimo está en 648 € al mes. Es interesante compararlo con otros países: dónde es mayor, menor o dónde no lo hay. Y es un tema de discusión recurrente sobre cómo afecta a la economía que lo haya, si se cumple o no se cumple, si además debería fijarse un salario máximo…
Pero hoy quiero profundizar en una propuesta que viene sosteniendo el SAIn desde su nacimiento. Que los cargos electos cobren el SMI. Es una propuesta que siempre ha sorprendido, pero que normalmente se ha tratado de demagógica, imposible, irrealizable; sobre todo por periodistas, tertulianos, políticos… que defienden que los políticos deben estar bien pagados. En una reciente entrevista se les preguntó a Albert Rivera y a Pablo Iglesias si podrían vivir con el SMI, y contestaron rotundamente que no. Ha sido mucho más acogida entre la gente humilde, trabajadora, aunque en ocasiones más como castigo ante los abusos y corrupción de la clase política que como convicción. Ha habido tantos escándalos, tantas subidas de sus sueldos cuando a los demás pedían austeridad (para lo único que se ponían de acuerdo), tantos privilegios, tantos gastos pagados…
Sin embargo, la propuesta es en serio. Aunque confieso que a mí mismo me resulta difícil de entender cuando la abordas con criterios exclusivamente naturales. Hay que recurrir a lo sobrenatural. El propio Vladimir Ilich Lenin confesaba en el lecho de muerte que se había equivocado con los métodos violentos pero que para hacerlo de otra forma “nos harían falta diez Franciscos de Asís”. Ya nos han salido todos los elementos del título, pero ¿cómo encajan unos con otros?
Es bien sabido que la Iglesia medieval estaba en buena parte corrompida, y que el verdadero y gran reformador y renovador de la Iglesia no fue ningún Papa, ni teólogo, sino el pobrecito de Asís. Un mendigo, alguien que vivía de pedir, pero que ofrecía gratis el mayor servicio que necesitaban las gentes: la alegría y la radicalidad del Evangelio. Su testimonio y su importancia histórica es incuestionable, no sólo para la Iglesia Católica sino para la humanidad. Pero cómo se le recibió en los primeros momentos. Con incomprensión, con burla, con escándalo. Cuando renunció a los bienes de su padre, cuando vestía un tosco hábito, cuando trabajaba duramente con sus manos, cuando atendía a los leprosos, cuando pedía limosna… Pero, sorprendentemente para los criterios naturales, muchos jóvenes (hombres y mujeres como Santa Clara) le siguieron, y el pueblo viendo su autenticidad empezó a respetarlo y a amarlo. Y el propio Papa autorizó verbalmente la nueva orden de los hermanos menores. Si aplicáramos criterios estrictamente naturales, nadie podría pensar que la pobreza radical de San Francisco fuera necesaria; pensaríamos como mucho que habría que ser más moderado en los gastos, en las formas de vida, hacer un código ético…
La solución de Lenin y sus seguidores ante la injusticia y la corrupción fue la toma violenta del poder, y la aniquilación de los adversarios y corruptos, y luego de cualquiera que se opusiera al “nuevo viejo régimen”. ¿Qué se ha construido desde ese planteamiento? Más corrupción, más muertes, más salvajismo, más de lo mismo.
La propuesta del SMI para los políticos es una propuesta “franciscana”. Es evidente que si se nos confiara algún cargo político, con el SMI muchos no podríamos mantener el nivel de vida que tenemos, y menos si tenemos familias. Eso nos obligaría a “mendigar”, no en el sentido de pedir por las calles, pero sí a contar con familares, amigos y simpatizantes que sin duda aportarían para mantenernos con dignidad. Quien apuesta por el servicio siempre encuentra la solidaridad de los demás. Y también es evidente que un cargo que cobrara eso por convicción, no sólo entendería mejor al pueblo, sino que sería claramente uno de ellos, se preocuparía más por aquellos que son sus iguales, y lucharía con ahínco por adoptar medidas realmente justas y equitativas.
Se esgrime contra esto que un político tiene que cobrar dignamente, que si no, es más fácil que se corrompa, como si el cobrar más garantizara que la corrupción tiene techo salarial. El corrupto siempre querrá más. También se argumenta que si se cobra tan poco nadie querrá ocupar esos cargos, pero decimos que quizás sólo los querrán ocupar quienes tengan auténtica vocación de servicio, y con la ventaja de que con toda seguridad habría más rotación en los cargos, no habría tanto interés en perpetuarse en esos puestos. También se argumenta que entonces sólo los ricos podrían dedicarse a la política. No; si hay democracia, las personas preferirán elegir a uno de los suyos que dejar las riendas del poder a quien difícilmente entenderá cuáles son las verdaderas necesidades de la sociedad.
Pero argumentar y contra argumentar probablemente no lleve a nada. Contra facta non valet argumenta (contra los hechos no valen los argumentos). Lo definitivo es que ha habido políticos que han sido así, que han encarnado ese espíritu franciscano. Algunos ejemplos: García Quintana, alcalde socialista de Valladolid hasta la Guerra Civil vivió económicamente peor mientras fue alcalde que cuando no lo fue, como atestigua su familia. Giorgio La Pira, alcalde democristiano de Florencia en los años 50 y 60, era conocido por su austeridad y su entrega. Lal Bahadur Shastri, fue un seguidor de Gandhi, presidente de la India, entre 1964-1966, que se negaba a participar en los banquetes de las reuniones internacionales porque su pueblo pasaba hambre. Ha habido, hay y habrá políticos así, franciscanos de la política. Cuántos alcaldes de pueblos pequeños lo son sin cobrar por espíritu de servicio.
Nosotros proponemos esta medida, y no parece que a corto plazo vayamos a tener la posibilidad de que sea adoptada y aprobada formalmente, pero sí tenemos el compromiso de que si algún candidato del SAIn alcanzara el puesto de concejal, no cobraría más del SMI. Habría que ver cómo se ejecutaría, pero también hay quien ya lo está haciendo como Gustavo Vera diputado porteño en Buenos Aires que todos los meses devuelve el 60% de su retribución entregándola a organizaciones sociales.
No, no bastan razones humanas, naturales para atajar la corrupción; hacen falta compromisos que van más allá de lo razonable, hacen falta personas de moral sobrenatural. Por eso, el SAIn promueve que todos los ciudadanos elevemos nuestro tono moral, que elijamos un estilo de vida y una alegría franciscanas, y también que podamos elegir para los cargos públicos más franciscanos y menos “iglesias”.
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