Arranca la vendimia con los españoles viajando a Francia y los magrebíes a España
Los más veteranos tienen las manos ásperas. Rozar sus dedos es como acariciar una lima de uñas. La vida bajo el sol hincando rodilla en tierra también les ha castigado sus rostros.
Son temporeros que recorren miles de kilómetros para recoger el fruto maduro que les dé trabajo. Buscan empleo por las faenas de recolección agrícola por todo el país. Empiezan a principios de año con las fresas de Huelva y terminan en navidades con las aceitunas extremeñas. Estos días toca la pera y la siempre mediática vendimia. Nos quedamos con lo primero y con la habitual magullada situación laboral y social de los miles de temporeros que trabajan en España. Desde la crisis hay más españoles, pero los inmigrantes, sobre todo marroquíes (2.000 contratados), ganan por mayoría. Los nuestros prefieren irse a vendimiar a Francia (15.000 este año, un 10% son universitarios). Los que ya llevan muchos años acatan el término de su oficio como forma de vida. Ya sea por una necesidad puntual o porque siempre han sido temporeros.
Siguiendo el Camino Jacobeo llegamos al municipio riojano de Alfaro (casi 10.000 habitantes a los que se suman cientos de jornaleros en esta época). Estamos aquí porque Cáritas ha denunciado este verano la «precariedad y explotación laboral» que sufren estos trabajadores agrícolas en esta ciudad de La Rioja entre otros lugares de la península. La confederación católica está realizando un seguimiento de la situación de los asentamientos de los temporeros, centrando especial atención en los menores que viven con ellos.
Son las 6.30 de la mañana y en una gasolinera decenas de jornaleros esperan a que un agricultor les recoja para ir al campo a por peras. Eso, si tienen suerte. «Aquí no hay ninguna norma, si no tienes apalabrado el trabajo antes con el agricultor, es una lotería«, nos dice un español corpulento que sí que trabajará la jornada completa.
Según la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja) de Alfaro, el último convenio agropecuario fija en 60 euros el sueldo mínimo que deben de recibir los trabajadores por una jornada de trabajo en el campo. Preguntando al resto de temporeros -todos árabes- que aguardan en la gasolinera, casi ninguno llega a esa cifra. «Cada agricultor paga lo que quiere. Lo habitual es que el sueldo sea entre seis y 6,5 euros la hora«, cuenta un joven argelino.
Las furgonetas blancas y los coches particulares van llegando. Las conocidas en el mercado agrario como «mafias de intermediación«. Son redes que captan a los trabajadores en lugares como la gasolinera de Alfaro, estaciones de tren o de autobuses por todo el país. Actúan como intermediarios entre el agricultor y el temporero, aunque la ley obligue al jefe a contratar directamente a sus empleados y pagarles el salario estipulado. «El sistema es simple. Por ejemplo, el agricultor necesita a cinco tíos para recoger uvas un día concreto. Contacta con las mafias, que recogen a inmigrantes y a nacionales en situaciones límite. Luego se quedan con la mitad o más de su salario. Incluso hay veces que ni se les paga«, nos explica un hombre que quiere que le llamemos Jota. La crisis ha provocado que estas mafias de subcontratación crezcan en las campañas de recogida de fruta. Cáritas ha reconocido varios casos en la vendimia riojana y ha ayudado a los trabajadores explotados a denunciarlo. «Que quede claro que los que actúan así son muy pocos, la mayoría de los agricultores son honrados e intentan hacer las cosas bien», sentencia Jota.
Salah lleva 16 años recogiendo fruta por toda España. Él y sus compañeros sacan al día 12.000 kilos de peras. Los precios de venta oscilan alrededor de 60 céntimos el kilo. Su jornada laboral empieza sobre las 7.00 hasta las 13.00 horas. Hacen un descanso de tres horas y continúan hasta las 19.00.
No todos sus compañeros que van a esta comarca de La Rioja baja a recolectar fruta, encuentran trabajo todos los días. Entonces, después de que ninguna furgoneta les recoja, acuden a las 10.00 horas a la sede de Cáritas en Alfaro. Los 40 voluntarios de la organización humanitaria atienden a los temporeros desamparados dándoles el desayuno. Les hacen una ficha de registro y les ceden un ropero para que puedan dejar sus bolsas. Se informan de su situación laboral, les dan bocadillos, tuppers de comida, ropa y un vale que canjean por una ducha en los aseos del polideportivo de Alfaro que les ha cedido el Ayuntamiento de la localidad riojana. Cáritas también reparte mantas y sacos a los jornaleros. En el parque La Florida un cartel insiste en que está «prohibido acampar». «Antes dormían todos por aquí o debajo del puente, pero era incómodo para los vecinos y ya no les dejamos», nos dice la Policía Local de Alfaro.
«El albergue municipal que el ayuntamiento ha habilitado para que descansen los temporeros está en un polígono en una nave que era una antigua tienda de deportes. Tiene capacidad para 50 personas que duermen en colchonetas y sacos. Los trabajadores que llegan pueden quedarse tres noches sin ningún tipo de coste. Si no encuentran trabajo al cuarto día, tienen que dejar el albergue. Los que sí tengan contrato, es el jefe el que tiene que pagar tres euros por noche. El Gobierno de La Rioja obliga a los agricultores a alojar a sus temporeros. Otra cosa es que se cumpla. Varios nos dicen que son ellos los que se tienen que pagar diariamente la pequeña cuota. También, el empleador debe acudir cada día al centro a firmar una hoja en la que confirma que la persona que está alojada trabaja para él. Si no, no podrá dormir dentro. Por eso, vemos a cinco magrebíes que no pueden entrar porque aseguran que su jefe no ha ido a firmar.
Encontramos de charla en sus colchonetas a dos jornaleros veteranos. Gregorio tiene 61 años y es de Málaga. José, de 57, de Jaén. José se ha pasado 10 días durmiendo en la calle porque ningún agricultor le ha contratado. Es el primer día que duerme entre cuatro paredes. Se saca un folio donde tiene apuntado el «calendario de temporada». Las fechas y los lugares donde recoger aceitunas, espárragos, almendras, uvas… «Me paso todo el año de arriba a abajo de la península, sobreviviendo como puedo. En nuestro oficio es difícil tener una familia o vida estable porque no paramos de movernos», explica José.
Autor: Lucas de la Cal
Fuente: El mundo (Resumen)