Parafraseando a José Mota, “yo ya sé que muchos no van a votar en conciencia, pero ¿y si sí?, ¿y si sí?”. Partiendo de que el votar cada cuatro años ya es signo de que estamos muy lejos de vivir en una verdadera democracia, mientras vamos construyendo un nuevo modelo institucional, nuestro voto o no voto tiene la suficiente importancia para reflexionar sobre cómo lo ejercemos, y sobre si sirve para avanzar hacia ese horizonte de mayor democracia, mayor justicia, mayor solidaridad, mayor respeto a la dignidad de toda persona.
La lógica electoralista tiene un efecto de círculo vicioso. Los supuestos representantes políticos (por sus hechos hemos constatado muchas veces aquello de “no nos representan”) adaptan su discurso y su actuación a los periodos electorales. Su fin principal no es construir sólidamente, no es mirar al medio y largo plazo de nuestra sociedad, sino ir ganando elecciones en el corto plazo. Ello conlleva terribles consecuencias que constatamos en nuestro país: carencia de grandes pactos, o líneas claras en materias claves como educación, sanidad, energía, investigación, verdadera justicia e igualdad, o modelo territorial, materia en la que nos venden a los nacionalistas que han sido muchas veces llave de gobernabilidad.
Nos montan en el tiovivo o carrusel electoral, y es verdad que podemos elegir entre montarnos en el caballito negro, o en el blanco, en el rojo o en el azul, pero una vez montados, damos vueltas y vueltas, y cuando acaba el viaje nos damos cuenta de que no hemos avanzado mucho; hemos estado dando vueltas sobre el mismo sitio, y lo mismo hubiera dado haber estado montado en otro caballito de otro color.
Y sin darnos cuenta de esta estructura viciosa nos metemos en las falsas disquisiciones que ocultan que hay otros caminos. Que si yo voto a los míos aunque haya habido corrupción. Que como voy a cambiar mi voto porque entonces vienen los otros. Que más vale lo malo conocido. Que es lo menos malo. Que nos gustaría otra cosa pero es lo que hay. Es decir, los partidos, con el forofismo, el miedo, el conformismo, el malmenorismo, lo que vienen consiguiendo es meternos en el cortoplacismo, en que pensemos que en cada elección nos jugamos mucho si nuestro voto no tiene una utilidad en clave de representación instantánea.
De esta forma, es muy difícil construir una verdadera alternativa. Y muchas personas reconocen que votan con la nariz tapada, que les gustaría un cambio. Y cuando hay demanda, surge oferta. Entonces entre un sector de la población se impone el planteamiento de cambiar a toda costa, da igual lo que planteen algunos nuevos partidos; con que básicamente nos digan que van a cambiar algo nos damos con un canto en los dientes. Esto es terrible, porque se corre el riesgo, que ya parece evidente, de que en realidad lo que se están cambiando son las caras pero el modelo global sufrirá unos ajustes cosméticos y poco más. Las dos grandes opciones de cambio que se nos están presentando: Podemos y Ciudadanos, puede (el tiempo nos lo dirá) que no sean más que un recambio del modelo PSOE-PP, con las tapas renovadas. Y cuánta gente excelente, de buena voluntad, está trabajando arduamente en estas opciones cuyas líneas maestras quizás estén ya marcadas por otros.
Sólo hay una forma de salir de estos círculos viciosos. Votar en conciencia, y actuar en conciencia. Porque no nos podemos contentar con el voto. Desde el SAIn estamos convencidos de que nuestra sociedad sólo podrá responder a los grandes retos, a las grandes injusticias que la asolan desde unos principios basados en la solidaridad, en la justicia y en el respeto a la vida. Constatamos que muchísimas personas comparten estos principios universales, pero hasta ahora no se han convencido de que en la arena política se pueden defender y se deben defender, aunque probablemente pasará un tiempo hasta que tengan la fortaleza, el apoyo y el compromiso necesarios para alcanzar una presencia en las instituciones políticas.
Para ello hay que combatir la otra gran trampa y el anzuelo que están tendiendo los nuevos partidos. El que se puede cambiar en un plis plas electoral, que esto es como una peli americana con rápido final feliz. Por eso, todos afirman sin pudor que van a ganar, que pueden ganar y gobernar, que se va a hacer la revolución en un fin de semana. ¿Necesitamos ese chute de entusiasmo? ¿No nos dejará un mono de decepción? Sin embargo, los cambios profundos, los cimientos sólidos, las raíces fuertes, no se hacen de un día para otro. Las prisas por ver el fruto, el cambio, pueden hacer que ese fruto no madure, se quede ácido, y deje mal sabor de boca. Las prisas y el olor a cargos frescos atraen a los arribistas, los oportunistas, los populistas… Las prisas no son buenas, ya lo dice la sabiduría popular vísteme despacio que tengo mucha prisa.
El voto, sin un compromiso más estable, es una gota en el desierto. Por eso, desde el SAIn pedimos no sólo el voto, sino un compromiso creciente de todos aquellos que compartan y simpaticen con unos principios que sí llevarían a un cambio profundo para toda la sociedad. Si se empieza a votar con esta conciencia sí tendría un efecto positivo, pero si además el voto va acompañado de un compromiso creciente no nos plantearíamos un ¿y si sí? Sería un “seguro que sí”.
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