Nacionalistas de izquierdas: la cuadratura del círculo

0243El pasado marzo, los diputados de la CUP en el parlamento catalán aprobaron, “con la nariz tapada”, unos presupuestos que no cumplían con sus demandas sociales, porque había que asegurar la celebración de un referéndum para la independencia de Cataluña, este año y a toda costa. Con ello quedan claras cuáles son las prioridades de la CUP, un partido que en su web se autodenomina “nítidamente socialista”.

Esta decisión obedece a una de las premisas que se dependen en este partido que pretende ser de izquierdas: la independencia no es tanto un fin en sí misma, sino un instrumento para alcanzar la justicia social en un futuro. De esta forma, no importa rebajar ahora el listón de las políticas sociales si con ello se avanza en la tan ansiada independencia de “la patria catalana”.

Si uno se detiene en la esencia real de la izquierda, que no es otra que la defensa de los derechos de las personas desde la perspectiva de los más débiles, no encontrará otros fundamentos para esos derechos que la igualdad en dignidad de todos y cada uno de los seres humanos que habitan el planeta.

La lengua, la procedencia, la religión o cualquier otro rasgo cultural no otorgan ningún privilegio.

En Cataluña hay parados, explotados, desahuciados, inmigrantes que sobreviven como pueden, los que duermen en las calles… y un largo etcétera. Personas aplastadas por un sistema económico injusto. Estos partidos independentistas hacen coincidir las aspiraciones de los últimos de la sociedad con los intereses de “los que son de los nuestros”, esto es, primero los privilegios, luego la justicia.

No obstante, ni el tamaño del Estado, ni la reconfiguración de las fronteras, son por s’ mismas garantía de justicia social. Sobre todo cuando esas transformaciones obedecen a circunstancias que nada tienen que ver con la dignidad de la persona, como la lengua o la cultura.

La independencia no es ni será sinónimo de un gobierno más solidario, porque en España siempre ha sido reclamada desde posiciones de privilegio, con el objetivo de mantenerlas.

La verdadera izquierda no puede caer en la trampa semántica de “los derechos de la nación”, porque las naciones no igualan, sino que separan.

Es como querer mezclar agua y aceite y creer en que el tigre puede llegar a ser vegetariano.