Es la hora de actuar. El hambre no puede esperar

Es la hora de la política.

El tiempo de las palabras ha pasado.

El próximo lunes y martes se celebra en Madrid la Cumbre Parlamentaria Mundial contra el hambre y la malnutrición, propiciada por las Cortes españolas, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), la FAO y el Frente Parlamentario contra el Hambre de América Latina y Caribe.

Según la nota de prensa de la propia organización, el objetivo que persigue es avanzar en el compromiso político para el logro del Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 de la ONU (Hambre Cero), para lo cual se plantean como objetivos específicos el resaltar el papel de los parlamentos en este sentido, intercambiar experiencias y buenas prácticas y construir una red de alianzas parlamentarias. Todo muy correcto, muy buenas intenciones, mejores palabras y una buena foto para demostrar “que estamos en ello”. Pero muchos estamos hartos de estas cumbres de buenos propósitos que se quedan en papel mojado. El tiempo de las palabras ha pasado. Ya no valen. Es el tiempo de actuar, el de la política con mayúsculas.

Vivimos en un mundo en el que hay suficientes alimentos para alimentar a 12.000 millones de personas, pero no llega para dar de comer a los 7.500 millones actuales que habitamos el planeta. De hecho, según datos de la FAO, hay 821 millones de hambrientos, que seguramente son muchos más, que ya no aparecen ni en las cifras estimatorias oficiales. Cada día mueren por hambre 40.000 personas y 100.000 si consideramos enfermedades o consecuencias relacionadas con la falta de alimento.

Es más, a pesar de las buenas intenciones y millones de palabras y documentos de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y de Desarrollo Sostenible, de decenas de Cumbres y Congresos sobre alimentación, el hambre sigue aumentando con cifras escalofriantes.

Sin ninguna duda, el hambre es el principal problema de la humanidad. Es causa de enfermedades y muerte, guerras, migraciones internas y externas, inestabilidad social y política, fuente de inseguridad nacional e internacional. Es, como dice Jean Ziegler, ex relator de la ONU para la alimentación en su libro homónimo, un arma de destrucción masiva.

Según los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC) de Naciones Unidas, el derecho a la alimentación es poder tener “acceso físico y económico, en todo momento, a una alimentación adecuada o a medios para obtenerla”. Este derecho tiene dos dimensiones fundamentales: el acceso a una alimentación adecuada, sujeto a la realización progresiva, y el derecho fundamental a estar protegido contra el hambre, que tiene un carácter absoluto e inmediato (informe de ODA)

Sin embargo, el derecho a la alimentación, junto al derecho a la vida, es el derecho más vulnerado actualmente porque, como dice Martín Caparrós en un artículo reciente, el hambre no importa: “el hambre sigue siendo el horror solucionable que menos nos importa: mata más que cualquier enfermedad”. Pero el problema radica en que este mal “no es una enfermedad contagiosa”, como repite insistentemente José Esquinas, extrabajador de la FAO, en sus charlas por medio mundo.

Y una “enfermedad” así, que no me afecta, no me contagia y no me duele, se trata con medicinas paliativas, que no curan y que agravan el problema al cronificarlo. Se hacen grandes eventos, se escriben fantásticos acuerdos no vinculantes, se proponen, para otros, códigos de buenas prácticas, se plantean objetivos a plazos inadmisibles y se proponen medidas paliativas como ayudas alimentarias o los bancos de alimentos. Es decir, se plantean medidas asistenciales, parches, más próximos a una caridad mal entendida que a una exigencia por justicia, pues el derecho a alimentarse no es igual al derecho a recibir alimentos, sino a tener la oportunidad de alimentarse por uno mismo (ya sea produciéndolos o adquiriéndolos).

Porque este gravísimo problema no es, como quieren hacer entender, un problema de falta de producción de alimentos (el hambre se ha incrementado en unos años de cosechas mundiales récord). Tampoco lo es cuando se despilfarra una tercera parte de los alimentos producidos cada año, pues con una relativamente pequeña parte de ellos, se podría eliminar el hambre de inmediato (y no a 15 o 20 años vista, como plantean los ODS).

No es un problema de tecnología, de falta de soluciones técnicas, ya que éstas hacen crecer cada año las producciones…¡en los lugares donde ya sobra!. Ni siquiera es un problema económico, cuando cada día se gastan 40.000 millones de $ en armamento.

Martín Caparrós en su artículo “El hambre no importa” expresa claramente que “las causas principales del hambre no son emergencias, climáticas o bélicas. La inmensa mayoría de los hambrientos del mundo no lo son por males transitorios: llevan generaciones y generaciones de alimentarse poco. La mayoría no pasa hambre por una situación extraordinaria, coyuntural; lo pasa porque vive —como sus padres, sus abuelos— en un mundo organizado para que algunos tengan mucho y otros, por lo tanto, demasiado poco”.

Y es a esta cuestión a la que hay que dar respuesta desde Cumbres como la que se celebra en Madrid. La forma de enfocarlo es determinante. El problema del hambre debe importar. Es más, tiene que doler. Cada palabra que se diga, cada decisión que se tome, debe ser desde tener, en la mente, en el corazón y las manos, la frase de Ziegler de que “un niño que muere de hambre, muere asesinado”.

Y más cuando la solución al drama del hambre es una cuestión principalmente de voluntad, de querer hacer. Un problema político.

Como se puede leer en el informe “El Derecho a la Alimentación en España” del Observatorio del Derecho a la Alimentación, “Los Estados son los titulares de la obligaciones y principales responsables de los Derechos Humanos: deben cumplirlos, hacerlos respetar y garantizar. Se han obligado a ello por acuerdos internacionales, como el PIDESC (Pacto internacional de los DESC), que afectan a todos los poderes del Estado y que constituyen niveles mínimos que sus ordenamientos jurídicos pueden ampliar pero no reducir.

Por tanto, los parlamentarios reunidos en estos dos próximos días en Madrid, tienen la posibilidad y por ello la responsabilidad de dar respuestas desde el punto de vista legal, ejecutivo y judicial, de poner los medios en cada uno de sus países y a nivel internacional.

Si el problema es político, desde este ámbito se deben dar las respuestas. Exponemos algunas de las propuestas que deberían ser tomadas en cuenta e impulsadas en esta cumbre.

  • Reconocer el derecho a la alimentación como norma imperativa de derecho internacional y reconocerlo de forma explícita en las Constituciones de cada país. Revisar cualquier legislación, norma o medida que lo condicione o lo impida.
    • Promover el derecho a la soberanía alimentaria de los pueblos y de cada persona al acceso a los alimentos.
    • Defender la agricultura campesina, familiar, autosuficiente y agroecológica, base para la producción y alimentación. Promover la aprobación por unanimidad de la Declaración de los Derechos de los Campesinos.
    • Alcanzar acuerdos concretos, ambiciosos, urgentes y vinculantes. Establecer un sistema de vigilancia y seguimiento de su cumplimiento y mecanismos de sanción interno y externo de los Estados que incumplan.
    • No plantear propuestas no vinculantes o simples recomendaciones voluntarias hacia otros actores.
  • Volver a situar a la alimentación como derecho y no como negocio
    • Devolver al alimento su valor como bien común y no como mercancía.
    • Sacar a la agricultura de las negociaciones de la OMC, a la medida de las grandes multinacionales del agronegocio y por ello de los Tratados de Libre Comercio.
    • Crear la Organización Mundial de la Alimentación.
    • Impedir de forma inmediata el robo de recursos a los países del sur global y de los agricultores y campesinos de todo el mundo: acaparamiento de tierra, agua, recursos pesqueros, genética, imposición de producción para la exportación, producción para el consumo animal, etc…
    • Sustituir por «Prohibir terminantemente y penalizar la especulación financiera con los alimentos y con los recursos para producirlos».
    • Frenar y revertir la concentración de las grandes empresas de los agronegocios (semillas, fertilizantes, fitosanitarios, maquinaria, genética, etc…), de la industria, de la distribución y de las alianzas de todos ellos con los fondos de inversión
    • Eliminar cualquier promoción para la producción y uso de agrocombustibles
  • Impulsar la producción agraria
    • Plantear una reorganización de los sistemas productivos, de forma que se impulse la producción (de cultivos básicos para su población, no para la exportación) en las zonas del mundo donde hay déficit de alimentos básicos y se frene la intensificación en aquellas otras zonas donde se produce mucho más de lo necesario y que se dedica a la exportación hacia los primeros.
    • Romper con la desregulación progresiva de los mercados agrarios, que permita proteger la producción mínima necesaria de cada país, a los productores y a los consumidores, mediante regulación de las exportaciones e importaciones u otras medidas.
    • Impulsar la investigación pública sobre la agricultura. Dedicar recursos suficientes a investigación en mejora de producciones, sistemas de almacenamiento y conservación.
    • Eliminar la injusta deuda externa de los países, que limita sus recursos básicos que precisa su producción agraria.
    • Determinar unas reservas estratégicas mínimas de alimentos básicos, para prevenir factores coyunturales o de fondo (cambio climático) y penalizar la especulación.
    • Reducir la ayuda alimentaria internacional al volumen y tiempo mínimo imprescindible y tratar a cambio de reponer la capacidad de producir en cada país de la forma más rápida posible para recuperar su soberanía. Del mismo modo, a nivel nacional, reducir al mínimo el recurso a los Bancos de Alimentos.
    • Promover unas condiciones dignas de trabajo y un pago justo por los productos agrarios, que eviten la pobreza, y la desigualdad; las condiciones de esclavitud y las subvenciones.
  • Promover un consumo de alimentos respetuoso con estos principios
    • Concienciar de la necesidad de adoptar un modelo de consumo de alimentos que los estime con el valor que realmente tienen.
    • Movilizar a toda la cadena de producción y consumo para evitar la banalización y el despilfarro de los alimentos.
    • Favorecer la mejora y el equilibrio de la alimentación de todas las personas, facilitando que pueda producirse y acceder a alimentos sanos y variados, frente a los hiperprocesados, más perjudiciales, pero más baratos.

El mundo necesita que esta cumbre dé los frutos que necesita
Es la hora de la acción. El hambre no puede esperar.

Grupo de trabajo por la desaparición del hambre – Partido SAIn.