Cataluña: Candados, cadenas, puntos y rayas

Muchos dirán que el motivo era la limpieza de la ciudad. Otros, que se trataba de una cuestión de salud pública. Y otros, yendo un poco más lejos, que el problema de la miseria no se soluciona dejando que los pobres catalanes puedan coger los alimentos que tira el supermercado a los contenedores. Estos últimos, además, tienen razón. Sin embargo, poner candados en los contenedores es una medida en sí misma cruel e inhumana, pues todos sabemos, porque así está demostrado, que mucha de la comida que se tira desde mercados y grandes superficies es aprovechable y apta para el consumo.

Lo que ocurrió en Gerona en 2012 fue que las autoridades consideraron que la suciedad o las colas que se formaban ante los contenedores eran un mal mayor que el del hambre de muchas familias de la ciudad, y cerraron los contenedores a cal y canto. Problema solucionado. Podrían haber acompañado esta medida con iniciativas efectivas para acabar con el paro o la falta de recursos de estas personas, pero no. Lo que sí hicieron fue aconsejarles que acudieran al banco de alimentos. Más asistencialismo.

Pasan los años… y Puigdemont, el alcalde de los candados, es ahora presidente de la Generalitat catalana. Deja atrás una alcaldía marcada por actuaciones polémicas, en medio de recortes sociales: la gestión de la compra de una colección de cuadros por 3,9 millones de euros, financiada por la compañía de aguas Aigües de Girona, cargada en la factura que todos los gerundenses deben pagar cada dos meses, es un ejemplo.

La CUP no quería a Artur Mas bajo ningún concepto. Afirmaban que no podían apoyar a un candidato a la presidencia que había recortado tanto en educación y sanidad, y además líder de un partido corrupto. Pero, ya casi in extremis, aceptan la propuesta de Mas para investir como presidente a Carles Puigdemont, de Convergència, y con la tijera tan grande como la de su padrino. Quizá han actuado cegados por la beligerancia independentista de la que ha hecho gala: presidente de la AMI (Associació de Municipis per la Independència), llegó a proclamar hará un par de años que algún día los catalanes podrían “echar a los invasores” (léase “españoles”). Una frase llena de talante democrático, sin duda…

Este es ahora nuestro President, el de todos los catalanes: con una sensibilidad hacia las clases que más sufren que brilla por su ausencia, probablemente atrofiada por una pasión patriótica que le hace ver a todo aquel que no comparta su proyecto como extranjero indeseable al que combatir, porque al fin y al cabo eso es lo que se hace con los invasores, combatirlos.

El nacionalismo no podrá ser nunca solidario. Y la CUP, que se dice de izquierdas, tiene que darse cuenta, tarde o temprano, de que las aspiraciones independentistas y las políticas hacia los últimos son como el agua y el aceite. Todavía está por demostrar que para ser más solidarios haya que hacer más pequeños los estados. No es una cuestión de tamaño, señores de la CUP: la verdadera autogestión consiste en el protagonismo de la sociedad para resolver los problemas, la independencia de Cataluña sólo servirá para reorganizar las cadenas. Ya lo dice la canción: “Entre tu pueblo y mi pueblo, hay un punto y una raya, para que tu hambre y la mía estén siempre separadas”.

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.